Sin lugar a dudas es un hombre muy listo. Acumuló una fortuna utilizando promesas falsas y aprovechándose del género femenino, a quienes explotaba con sus constantes y exitosos concursos de belleza. lo que muchos consideran que es una forma distinta de explotación sexual, distinta, pero que no deja de ser explotación sexual. A este tipo de
sinvergüenzas por lo regular les va bien y logran sus propósitos con relativo éxito, aunque en el caso que nos ocupa el éxito es mayúsculo.
Un día se levantó con la ocurrencia de ser presidente de los Estados Unidos, porque en esa nación cualquiera puede aspirarlo y alcanzarlo. No sé si eso sea parte de lo que se denomina “El Sueño Americano”, pero en ese país cualquiera puede cumplir sus más caras aspiraciones sin necesidad de transitar por las cofradías delincuenciales que se mueven en torno a la política, como ocurre en nuestro país.
Quizás ahí radica la diferencia entre el sueño americano y el sueño mexicano.
En México no cualquiera puede llegar a ser presidente de la República porque la circunstancia es distinta, pero además ésta solamente la detentan aquellos que pertenecen a las altas élites de las cofradías partidistas, y a las élites sociales, que aunque no deciden apoyan con todo porque saben que las retribuciones por lo regular son mayores de lo que se arriesga.
Claro está, que algunas veces los que llegan son bastante generosos y entregan premios bastante considerables a los amigos.
Estados Unidos y México tienen claras diferencias aunque pretendan parecerse en la forma de gobiernos republicanos, pero la diferencia entre uno y otro es muy amplia. Allá cualquiera puede ser elegido aunque sea un redomado idiota. Aquí la mayor parte de quienes hacen política pertenecen a esa franja de profesionales cuya aspiración es la riqueza pronta y no el ahorro producto del trabajo cotidiano.
Para eso se preparan las élites políticas.
Allá, como dije en líneas anteriores, cualquiera puede ser presidente, incluso un estúpido como Donald Trump. Y dije estúpido, que no imbécil o idiota, porque esos no se hacen ricos nunca. En México la ecuación pareciera invertirse porque no cualquiera alcanza el poder, y menos si tiene las particularidades de la imbecilidad y la idiotez. Pero si las tuviera, lo que más importa es ese pacto secreto de que el que parte reparte y se lleva la mayor parte.
Las complicidades del sistema político mexicano son distintas a las norteamericanas. Mientras acá se coloca el dinero en la mesa, allá son los pactos de poder lo que une a las cofradías. Por eso somos diferentes, y por eso un idiota puede llegar a la presidencia de la república. Aunque siga siendo idiota después de juramentar, existe un sistema llamado “stablishment” que marca prioridades, aprueba y frena. Aquí sigue estando vigente eso de que:””poderoso Caballero es Don Dinero”. Esa es la sutil y amplia diferencia. Al tiempo.
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