El término “vacío de poder” se utiliza en materia política para describir o definir una circunstancia que provoca la ausencia de gobierno a causa de la anomia social, y también por la carencia de gobernante. El vacío de poder también se presenta significando la ausencia de gobierno provocada por diversas razones, entre ellos la anarquía. El vacío de poder o vacío de autoridad se presenta, en la mayor parte de las veces, a causa del
debilitamiento de la figura que detenta el poder, el fortalecimiento relativo de un grupo previamente sometido, o la muerte o desaparición de la figura en el poder. Una causa más puede ser un equilibrio frágil entre distintos grupos en pugna, aunque muchos tratadistas aseguran que nunca existe un vacío de poder por mucho tiempo, pero también se afirma que en política la regla es que los huecos se llenan de inmediato.
Un ejemplo palpable en este país de vacíos de poder ha sido la intensa actividad del narcotráfico en diversas partes del territorio nacional a causa de la carencia de facultades de las policías locales para su combate, independientemente de la circunstancia armamentística que tiene y mantiene a los gobiernos municipales como rehenes de las actividades delincuenciales, y la carencia de elementos no tan solo para combatirlos, sino para evitar que penetren en los grupos sociales más vulnerables. Para decirlo de otra forma, los gobiernos paralelos en diversas entidades son organizados por los criminales.
El narcotráfico es un elemento de mayor peso y penetración social que padecen muchos gobiernos municipales y hasta los estatales. Sinaloa presenta una peculiar forma de armonizar a esa sociedad tan cercana a la actividad delincuencial, porque en amplias zonas de su territorio, sobre todo en el lugar conocido como Las Quebradas, en la confluencia con Durango y Chihuahua, quienes determinan la forma de vida son los grupos que controlan la siembra de estupefacientes, el flujo de armas, y el comercio de la marihuana, amapola y la cocaína proveniente de Sudamérica antes de ser enviada a territorio estadounidense.
Para decirlo más claro, en infinidad de lugares los grupos delincuenciales tienen mayor peso social y económico que los gobiernos locales, lo que dificulta la inhibición o la disminución de su presencia y poder entre los lugareños, y la actividad oficial para distribuir los mínimos de bienestar entre su población. Tratar de erradicar su actividad resulta imposible por la carencia de fuerza pública, armamento y logística. La cohabitabilidad ignorándose unos y otros han sido valores entendidos que propician una convivencia si no armónica, sí negociada para evitar bajas sensibles entre las sociedades de esos apartados lugares.
Si a eso sumamos la proclividad de esos hombres y mujeres por la cultura que se arraigó desde hace muchos años a causa de la admiración de grandes sectores sociales hacia los épicos capos y su desenfrenada forma de vida, los vacíos de poder no tan solo son una realidad, sino una lacerante forma de cohabitación entre delincuentes poderosos y gobiernos desprovistos de capacidad operativa para conducir por el camino de la legalidad a gran parte de su sociedad, que en la mayor parte de las veces tiene que aceptar la presencia delincuencial como una forma de vida.
Ese vacío de poder y de autoridad es real y lacerante en muchas partes, pero también es cierto que la gente no está dispuesta a abandonar sus lugares de origen y prefiere una armónica cohabitabilidad antes que provocar la furia de quienes detentan el poder del dinero que producen la delincuencia y las drogas.
Hasta ahora en muchas partes del país existen esos vacíos de poder como una forma de mantener esa hegemonía del crimen organizado, pero también hay que reconocer que en esos lugares no hay ya una diferenciación expresa porque esa cohabitabilidad entre criminales y gobernantes ha estado ahí durante muchos años. Así, la supremacía del Estado mexicano ha estado degradándose en distintos lugares por la incapacidad de mantener gobierno, donde la supremacía es detentada por la delincuencia. Al tiempo.