Entre la serie de opiniones que he escuchado desde la noche del domingo acerca del papel que Andrés Manuel López Obrador desempeñará en los siguientes años, me llamó poderosamente la atención la afirmación de que se convertirá en el “revulsivo”
que requiere el país para enderezar el camino de nuestro caduco sistema político. De acuerdo a la definición etimológica de la palabra, un revulsivo es algo que produce un cambio importante, y generalmente favorable.
Desde hace muchos años se ha discutido el tema de buscar adecuaciones a nuestro sistema político, porque al paso del tiempo parece un ente caduco que propicia más problemas de los que resuelve, pero hay que señalar que si algo ha tenido ese sistema que algunos observan caduco, es la capacidad de regenerarse y reorganizarse, y de ello han sido responsables hombres y mujeres visionarios que plantearon su resurgimiento mediante adecuaciones negociadas entre todas las fuerzas políticas a fin de hacerlo más efectivo para el cambio de los tiempos.
Si algún mal se ha mantenido durante su ya larga vigencia, es el flagelo que representa esa corrupción que se ha enquistado y que ya forma parte del mismo sistema, y que por fuerza tendremos que erradicar si queremos construir una sociedad más igualitaria.
Yo quiero pensar que el discurso de Andrés Manuel López Obrador de combatir frontalmente la corrupción y la impunidad sea una intención verdadera, porque hasta ahora los mexicanos conocemos muy bien de qué están hechos muchos de sus principales colaboradores.
Hace unos días describía en este espacio la vocación de Layda Sansores por el dinero público, y espero que López Obrador muestre congruencia amarrándole las manos, lo mismo que a Claudia Sheinbaum al frente del Gobierno de la Ciudad de México. Pero también deberá fijarse en dónde coloca a Marcelo Ebrard, y a muchos más de quienes lo acompañan en su proyecto y que los mexicanos conocemos muy bien por su proclividad por el dinero fácil.
Ni qué decir del afamado fideicomiso formado para destinar el dinero público de Morena a los damnificados del pasado sismo, y que resultó una burda forma de esconder su destino final como gastos de campaña. Hasta ahora la gente le ha creído el discurso anticorrupcion que enarbola desde hace algunos años, pero una vez conformado su gobierno no faltará quienes hurguen en todos los procesos que se realicen para la adquisición de bienes y materiales, y cualquier descuido pudiera significar un escándalo mediático.
Francamente me cuesta trabajo aceptar el discurso de la pulcritud cuando la historia registra lo contrario, pero si de lo que se trata es de construir una nueva mística en el servicio público, Andrés Manuel López Obrador no tendrá mucho tiempo para entregar esos resultados que tanto prometió con sólo su llegada al poder. Los mexicanos están ansiosos de resultados, y lo que esperan de López Obrador es que al momento mismo de llegar al poder comience a dar resultados. Esa es la expectativa que el mismo se formó. Al tiempo.