Si hay algo que por obligación debe generar un sistema político como el nuestro, es eso que se llama esperanza.
Esa ha sido, en este régimen de libertades, la premisa principal de la mayoría de los candidatos a los diversos cargos de elección popular; y desde su primera campaña política, Andrés Manuel López Obrador la utilizó como slogan. Por si usted no lo recuerda, le dio por llamar a su administración “La Ciudad de la Esperanza”. Mucho he discutido con algunos analistas la posibilidad de que el triunfo de Andrés Manuel López Obrador haya sido una estrategia consentida para la renovación del régimen político de forma consensuada y necesaria, y la mayor parte de ellos han manifestado una opinión similar, por lo que no soy únicamente yo quien aprecia lo ocurrido como un fenómeno creado. Si analizamos la trayectoria del tabasqueño y su hazaña de alzarse con el poder pese a todos los pronósticos en contra, podremos notar muchas cosas.
La primera de ellas es que se muestra el hombre al que desde la oposición se le permitió hacer de todo, incluso la toma de pozos petroleros, causando enormes daños sin que hubiera siquiera un amago de aplicación de las leyes penales. Una vez en la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal tuvo todo el apoyo del Gobierno Federal para realizar una buena gestión y comenzar a quitarse de encima esa faceta de desestabilizador y delincuente para convertirse en un “buen gobernante”.
Durante doce años de campaña permanente fue intocable y tuvo a su disposición una enorme cantidad de recursos para sus movilizaciones. Incluso el Tsuru dejó de existir para pasar a los grandes vehículos y trasladarse con sus acompañantes en su periplo por todo el país. Para llenar de gente una plaza, se requiere mucho dinero, y él las llenaba a cada rato, y sin necesidad de mayor esfuerzo. Los camiones que transportaban a esos hombres y mujeres a sus mitines surgían de la nada y lo hacían con muchos adeptos.
Curiosamente los mercados nunca se pusieron en estado de alerta, y mucho menos Estados Unidos (EU) con un Presidente bocón y agresivo. Para decirlo más claro, Andrés Manuel López Obrador es un hombre que llegará al poder de forma consentida por los integrantes del sistema para otorgar una renovación a la esperanza de ese pueblo, el cual conserva la fe en que las cosas mejorarán. Hay quienes afirman que los principales actores de esta trama logran mantener en calma a los mercados y que EU no ha dado señales siquiera de una alerta por la llegada del tabasqueño.
Por cierto, todavía no cerraban muchas de las casillas de votación en diversas partes del país cuando José Antonio Meade Kuribreña salió a “cantar” el triunfo de Andres Manuel López Obrador y a desearle los mejores augurios. Pronto se sumó Ricardo Anaya, con lo que los mexicanos entendimos que no habría esa secuela poselectoral que tanto temíamos.
Por eso llenaron el Azteca y no la Plaza de la Constitución. Lo previsible es que el cambio de régimen sea para mejorar un poco y no que todo siga igual. Hubo renovación de la esperanza. Al tiempo.