Sin lugar a dudas, Andrés Manuel López Obrador llego a la Presidencia de la República con uno de los bonos
democráticos más altos de la historia de este país, y eso le otorga una arrolladora legitimidad para intentar la recomposición del funcionamiento del entramado orgánico e instrumental de las instituciones gubernamentales. Así lo quiso la gente por ese hartazgo de los últimos tres gobiernos que tuvimos, y que se distinguieron por la opacidad, la corrupción y la discrecionalidad.
Sin embargo, tenemos que reconocer que hubo avances, y aunque muchos no lo quieran aceptar están a la vista y son reales, aunque desde luego que el contra discurso mantendrá su vigencia porque de lo que se trata es de inclinar la diferenciación hacia quienes ahora detentan el poder. Pero también es justo señalar que en las condiciones en que se encuentra el país, no podemos decir que el gobierno encabezado por Enrique Peña Nieto haya sido todo lo exitoso que se nos pretendió hacer creer, pero tampoco fue el desastre que se percibió en los discursos del ganador de la elección presidencial.
México ha tenido malos gobernantes en la mayor parte de sus etapas históricas, y el problema ha radicado en el manejo unipersonal del aparato administrativo y gubernamental, y la tradición del sometimiento de los poderes judiciales y legislativo al mandatario en turno. Nuestra realidad actual indica que por desgracia no hemos avanzado en esa tarea de la separación plena de los poderes del Estado, y aunque muchos no lo quieran reconocer, Andrés Manuel López Obrador detenta tanto o más poder del que tuvieron los miembros del régimen priista.
La supeditación del poder legislativo es clara, y desde luego que así conviene a los planes de la recomposición gubernamental y orgánica en todo el país, pero sin duda la concentración de poder vuelve
a repetir la historia y el México de nuestros días estará ahora sometido a la voluntad de quien detenta el poder. El problema es que ante la carencia de moderación de las huestes orgánicas del nuevo gobierno, dos gobernadores han levantado la voz para protestar por la concentración de poder en la gura de un solo delegado del Gobierno Federal. Enrique Alfaro y Silvano Aureoles. Son los primeros, y no faltará quienes se vayan sumando.
Pero si eso no fuera suficiente, ahora un magistrado de nombre José Luis Vargas Valdés hace pública su propuesta de resolución, sin que fuera ponderada por los otros componentes, acerca de anular la elección en Puebla por violencia en 59 casillas, presunta compra de votos, indebido resguardo de documentación, robo de material electoral y sustracción de documentos por una funcionaria. Y desde luego que esta circunstancia pondrá en pie de guerra a las huestes panistas y tricolores, lo que profundizará aún más la confrontación.
En lo personal no creo que exista moderación porque el hombre que ahora detenta la Presidencia de la República tiene un proyecto de nación que quiere instrumentar y cuenta con elementos suficientes para imponerla en el ámbito legislativo. Las oposiciones buscan un detonante para exhibir el cariz impositivo del Movimiento de Regeneración Nacional, y la determinación de López Obrador es cambiar el régimen político y el entramado institucional para un proyecto largo alcance. Mientras tanto los mexicanos tendremos que decantarnos con los unos o los otros.
Será interesante la campaña de mensajes de una y otra parte.
Al tiempo.
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