En este país la tradición indica que el Presidente de la República marca comportamientos, define
ideologías gubernamentales, precisa alcances profesionales de funcionarios públicos, entrega confianzas, genera lealtades, pero sobre todo, siembra disposición para alcanzar las metas propuestas en los proyectos de gobierno. Al menos así ha sido la costumbre del poder y la forma en que éste se ejerce o se deja de ejercer. Lo que define la identidad de cualquier ejercicio público es la forma en que el titular del Ejecutivo realiza la función de gobernar.
Hasta ahora el presidente Andrés Manuel López Obrador ha optado por imponer una peculiaridad distinta al protocolo de su gobierno encabezando todos los días la reunión con los medios de comunicación en Palacio Nacional, donde explica lo que desde las instancias de su gobierno se hace, los avatares que encuentran en las tareas de gobierno, informa de los diversos programas que se están instrumentando, y marca la ruta de lo que sus colaboradores principales tienen que desarrollar para alcanzar los propósitos de hacer la diferencia con las administraciones del pasado.
Qué bueno que el señor Andrés Manuel López Obrador haya tomado la decisión de desacralizar el ejercicio del poder y erradicar el culto a la personalidad que tanto acostumbramos en el pasado, pero ha caído en la tentación de pontificar todos los días incluyendo o excluyendo de lo bueno y lo malo a tirios y troyanos, y sobre todo, de pretender convertirse en el dueño absoluto y poseedor de la única verdad exponiendo de manera dogmática hechos que no necesariamente han sido probados y comprobados.
Abordar de forma simplista el tráfico de estupefacientes señalando que ya no se perseguirá a los Capos de la droga porque hay que combatir las causas que le dan origen, es una buena estrategia. Qué bueno que desde el ámbito federal se instrumenten programas para erradicar adicciones, y sobre todo ayuda y apoyo para quienes siguen metidos en ese problema, pero la estructura de gobierno no puede abdicar de su obligatoriedad de combatir a los grandes capos para evitar que sigan enriqueciéndose con el tráfico de enervantes. Es un delito, y se tiene que enfrentar con toda la fuerza del Estado.
Pero también hay que apuntar que el presidente de la República no es el poseedor de la verdad absoluta, y en diversas ocasiones ha cometido yerros garrafales que minan su credibilidad. La tradicional mañanera pudiera convertirse en una cadena de errores que no necesita el país, y mucho menos quien intenta construir un futuro distinto para los mexicanos. Lo recomendable es que sea más interactivo con los medios desde un modelo distinto de comunicación que diseñen los especialistas para evitar tanto desgaste.
Bien dicen por ahí que el que mucho dice termina por no decir nada, y eso no le puede ocurrir a un gobernante cuyas promesas sembraron una amplia esperanza para realizar un profundo cambio en las condiciones de vida de todos los mexicanos.
El estilo de gobernar es una parte importante del ejercicio público gubernamental, sobre todo por la percepción que se siembra en los ciudadanos, pero más importante son esos logros que benefician a la gente. Así de simple.
Al tiempo.