Sin lugar a dudas en cualquier gobierno lo primero que se privilegia es el crecimiento y la
estabilidad de la economía porque a partir de ello es que se pueden solventar los proyectos de infraestructura, los programas de desarrollo social, y la forma en que los conductos de la economía diversifican la riqueza obtenida o moderan la opulencia para garantizar el acceso de los sectores marginados al gasto público a través de programas sociales, pero quizá lo más importante, son las bases que fomentan el desarrollo de los distintos grupos sociales, lo que a su vez genera la movilidad social.
Hasta ahora las estrategias han sido acertadas cuando los gobernantes asumen los consejos de los expertos, y esa circunstancia es la base de la estabilidad financiera, pero en muchos casos el desastre está a la vuelta de la esquina por el empecinamiento de quienes toman las decisiones prendiendo asumir responsabilidades sin entender los vaivenes de los procesos económicos, y mucho menos los indicadores que reafirman la buena marcha o aquellos que anuncian el desastre a la vuelta de la esquina.
Andrés Manuel López Obrador es un hombre empecinado y esa peculiaridad es la que le permitió alcanzar la Presidencia de la Republica que por dos ocasiones perdió a causa de su radicalismo, y el temor que despertaba en los sectores económicos del país, pero sobre todo, en la amenaza que durante mucho tiempo significó para la estabilidad social, política y económica. Finalmente entendió que los radicalismos no son aconsejables en materia económica, y que en lo social pueden significar el avance político.
López Obrador se preparó durante muchos años para tratar de alcanzar el poder, pero nunca se preparó para su ejercicio, y eso es lo que lo tiene y mantiene en los bajos estándares de popularidad como gobernante, y los cuestionamientos de los especialistas del fenómeno económico por su poca capacidad para prever los avatares propios de una economía como la nuestra. Lo peor es que pareciera no entender que la impreparación de quienes lo asesoran en materia económica lo está llevando al desastre.
Hasta ahora las cosas no le han salido bien porque sus principales allegados están pagando el noviciado de la inexperiencia, y sus grandes asesores en la materia, como es el caso del Señor Alfonso Romo, no es lo mismo ser un exitoso empresario que un funcionario responsable de la buena marcha económica de un país que cuenta con una frontera de tres mil ciento cuarenta y tres kilómetros con la principal economía del mundo, y de la que no han sabido sacar provecho.
El problema de Andrés Manuel López Obrador y sus principales asesores económicos, es que no están entendiendo el fenómeno internacional que está ocurriendo en cuanto al manejo de las finanzas públicas y su relación con los sectores productivos, pero mucho menos la relación de protección y apoyo que debe asumir un gobierno frente a los vaivenes de una economía mundial que se acerca a un proceso de recesión muy severo a causa de las consecuencias con el fenómeno del “coronavirus”. ¿Estaremos preparados para ello? No lo creo, y los resultados pueden ser desastrosos. Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.