Hay elementos en el campo de la política que tienen un comportamiento bastante singular. Muchos han sido los prohombres y promujeres que en aras de adquirir notoriedad les da por decir barrabasada y media cuando lo prudente debiera ser mantener la boca cerrada. Aunque también hay que señalar que algunos logran trascender más por su
capacidad de negociación con las mafias partidistas que por su talento. Muchos han logrado a base de componendas incrustarse en una izquierda extraviada a causa de los cientos de corrientes internas que interactúan con las más representativas buscando alianzas que permitan a sus miembros insertarse en las redes de corrupción en los lugares donde son gobierno. Y no es que la corrupción sea patrimonio exclusivo del sol azteca, pero hasta ahora son quienes la ejercen con mayor cinismo.
Un claro ejemplo de lo que señalo es el caso del Gobierno del Distrito Federal, y las muestras han sido ricas y variadas en lo que se refiere a los cínicos procesos de corrupción. Uno de ellos ha sido protagonizado por Marcelo Ebrard Casaubón y uno de sus hombres más cercanos, el ahora senador Mario Delgado, quien fuera titular de la Secretaría de Finanzas, desde donde se planeaban los negocios multimillonarios que les permitieron amasar una considerable fortuna. Eso es lo que ha arrojado la investigación que se ha realizado en torno a la construcción de la Línea 12 del Sistema de Transporte Colectivo Metro, que inicialmente se presupuestó con un costo aproximado de diecisiete mil millones de pesos, y que al final nos enteramos que alcanzó los cincuenta y dos mil millones de pesos. Eso quiere decir que las utilidades fueron bastante altas para los que se involucraron en esa red de corrupción.
Dicen que el que parte y reparte le toca la mayor parte, y eso quiere decir que el señor Ebrard se quedo con una buena cantidad de millones de pesos, tan buena que supera con mucho los tres ceros. Su paso al frente del Gobierno de la Ciudad de México ha sido uno de los más corruptos de que se tenga memoria. Pero es tal el cinismo del señor Ebrard, que ahora pretende cobrarle al perredismo el hecho de no haber sido dirigente nacional del partido. Hay que decirlo con todas sus letras, el señor Ebrard nunca ha sido perredista. Una cosa es haber colaborado en la formación del mismo cuando Manuel Camacho lo mandaba a sufragar los gastos del Movimiento Urbano Popular en ciernes como partido político, y otra tener a la izquierda en la sangre, como lo han demostrado muchos de los que nunca alcanzaron las mieles de la gloria y murieron siendo pobres.
Marcelo Ebrard ha propiciado una confrontación mediática con el líder del perredismo, Jesús Zambrano Grijalba, y la causa es que no lo postularon a la dirigencia nacional como lo solicitó porque piensa que tiene los méritos suficientes. Según sus propias palabras sus críticas son para buscar rescatar al partido para que vuelva a ser la oposición de izquierda. También dice que el PRD sigue desdibujándose porque abandonó sus principios. La pregunta que todos se hacen es: ¿sabe Marcelo Ebrard lo que significa tener principios? La respuesta es simple, ahora pide lo que nunca ha tenido. Ebrard se asume como el paladín de la democracia cuando en realidad es el mayor hampón que ha surgido en los últimos años en México. Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.