El fenómeno Peña Nieto marca un antes y un después en la historiografía del impacto de los medios de comunicación en la política porque su proyecto se construyó milimétricamente y se controló desde un cuarto de guerra que funcionaba de la misma manera. La estrategia mostraba a un gobernante joven al que muchos imitaban o pretendían parecerse, y un político que respondía a la gente cumpliendo lo que ofreció durante su campaña. Fue el primero que se arriesgó a firmar compromisos ante notario público. Por eso se le comenzó a percibir como uno de los mejores gobernantes del país, inclusive por encima de quien detentaba la Presidencia de la Republica. El fenómeno mediático encabezado por Fox, que le permitió al PAN echar al PRI de Los Pinos, fue reconvertido en el modelo más exitoso del nuevo siglo. La diferencia es que Vicente Fox fue solamente un fenómeno mediático, mientras Enrique Peña Nieto fue entrenado y preparado para ejercer el poder.
Cuando ganó la elección presidencial con más de tres millones de votos de ventaja sobre López Obrador, el único recurso de sus adversarios fue la denostación y la denuncia pública por gastos excesivos sin presentar prueba alguna. Pero fue el inicio de la estrategia del desgaste. Cuando llegó el primero de diciembre del 2012, las oposiciones aglutinadas en la anquilosada izquierda mexicana violentaron el orden público a través de grupos radicales que se identificaron como "anarquistas". La Ciudad de México pagó el precio y los destrozos fueron brutales. Quienes resultaron consignados fueron puestos en libertad mediante una modificación de la ley impulsada por la cínica mayoría parlamentaria perredista en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
Fueron muchas las diferencias entre Enrique Peña nieto y sus antecesores, y aún ahora sigue marcándolas. Si bien es cierto que la popularidad de los gobernantes es condición indispensable para obtener resultados en la toma de decisiones, también lo es que en ocasiones se tienen que realizar sacrificios para alcanzar metas. El caso Peña es contrario al protagonizado por Miguel Ángel Mancera quien tuvo que enfrentar una baja en los índices de popularidad por su inactividad en los desmanes organizados y protagonizados por la Sección XXII de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación durante las protestas por la Reforma Educativa.
Enrique Peña Nieto estuvo consciente de que para hacer las reformas estructurales que este país vino postergando en los últimos cuarenta años necesitaba sacrificar su popularidad. Ninguna reforma provoca beneficios de inmediato, y lo sabe a cabalidad. La popularidad permite una amplia capacidad de maniobra, pero la realidad de este país resulta lacerante para más de la mitad de los mexicanos. Eso es lo que visualizó Peña Nieto y estuvo dispuesto asumir las consecuencias. México requiere resultados, no un Presidente popular. Así de simple, y el mexiquense lo enfrenta responsablemente. Quizá no le corresponda ver a plenitud los beneficios, pero la historia lo juzgara. Al tiempo. This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.