Casi en la víspera de iniciar el último tercio del gobierno del presidente Enrique Peña, varios signos ominosos hacen temer que el sexenio peñista podría terminar en medio de una nueva crisis al estilo de las registradas al final de los mandatos de Carlos Salinas de Gortari y/o José López Portillo.
Y sin embargo, nada parece perturbar al inquilino de Los Pinos, quien hoy se reintegra a la actividad al cabo de unas plácidas vacaciones como si el país estuviera en calma chicha.
Entre los signos preocupantes que nublan el horizonte económico del país, baste citar algunos: devaluación monetaria imparable –se estima que el peso podría caer este mismo año a 22 unidades por dólar- aun cuando acumula ya una merma de alrededor del 40 por ciento, fuga de capitales que se estima podría rebasar los 10 mil millones de dólares y desinversión, ésta última como consecuencia de la crisis de seguridad y gobernabilidad que enfrenta el país.
A este preocupante panorama económico habría que agregar el impacto en las próximas semanas de campaña electoral estadunidense y aún un eventual triunfo de Donald Trump, si no esperado, tampoco descartable. Añada una eventual alza de las tasas de la Reserva federal estadunidense.
El panorama se vislumbra también preocupante por el persistente desplome de los precios petroleros del país, más el incremento de los precios de los energéticos que recién nos ha recetado el peñismo, lo que seguramente impactará en nuevos índices inflacionarios, que según diversos pronósticos se anticipan hasta de un 4 por ciento.
La ausencia de un crecimiento económico, que igualmente atenaza al país hace décadas y que prometió romper el presidente Peña, añadirá leña al fuego que resienten ya las clases más vulnerables.
Y sin embargo, nada parece perturbar al gobierno del presidente Peña, que ratifica que el país marcha por el rumbo, la dirección correcta y a un ritmo sostenido mayor que otras economías de orden similar. Ajá.
Como telon de fondo, se perciben las pugnas por la anticipada carrera presidencial dentro del gabinete peñista, que libran los dos colosos preferidos del presidente, es decir, Videgaray Caso y Osorio Chong, éste último casi a la defensiva ante los embates del titular de Hacienda que sigue ganando la puja para impulsar a su caballo negro, entre ellos José Antonio Mead.
Todo esto aderezado con el “mal humor” social que ha percibido, ese sí, el presidente Peña, quien parece listo a entregar la estafeta a alguien diferente de sus correligionarios con tal de impedir la debacle total. Esperemos y ojalá haya error en este examen.
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