Es probable que el capitalino o chilangopolitano si se prefiere, se haya acostumbrado a su ciudad con todos sus problemas y, claro, aún sus cada vez menos satisfactores. Lo cierto es que hoy día la calidad de vida y aún la vida misma peligra en el megamonstruo urbano llamado Ciudad de México.
Lo peor es que el gobierno de la ciudad, que presuntamente comanda Miguel Angel Mancera, el anticipado aspirante presidencial, da pruebas sobradas de una incapacidad de gestión, que sería lo de menos si no fuera porque impacta en forma adversa la vida de más de 20 millones de personas que tratan de “vivir” en la capital mexicana. Concentra el megamonstruo más del 20 por ciento de la población mexicana, una barbaridad “aceptada” por gobernantes y gobernados.
El metro de la capital del país está rebasado cada día en más de 2.5 millones de usuarios, lo mismo ocurre con el sistema de transporte denominado “metrobus”, insuficiente, saturado y costoso. De otros medios de transporte masivo, mejor ni hablar. Los “micros” y el “servicio” que prestan cobijan a una auténtica mafia del transporte capitalino. Y sin embargo, el gobierno de Mancera poco ha hecho más allá de anunciar planes, que seguramente no concretará en lo que resta de su gestión, menos todavía si la acortan sus apetitos electorales y ambiciones presidencialistas.
La ciudad capital en pocas palabras está desbordada por el crecimiento, imparable por otros apetitos y jugosos negocios inmobiliarios. Es hoy un botín, no un espacio para la vida.
Añádase el fenómeno de la contaminación, el hacinamiento poblacional, la reducción acelerada de los espacios vitales que ceden en favor del mejor postor. Obsérvese por ejemplo la multiplicación sin freno de los espacios comerciales en detrimento de los ámbitos residenciales, la saturación como síntesis extrema de una vida urbana demoledora de la convivencia humana.
Pronto serán cuatro décadas de un crecimiento desbordado de la ciudad de México, donde toda obra pronto queda chica. El crecimiento devora todo, consume todo y arrasa todo, incluyendo al ser humano, el factor menos importante de la urbe.
En su lugar se privilegia el poder económico, el lucro, los espléndidos negocios a costa de una urbe cada vez peor gobernada y donde la marca en general es el desequilibrio, el cisma económico y social, aunque también cultural y antropogénico.
¿Hasta cuándo resistirá la muy ex noble y otrora leal ciudad de México no sólo un mal gobierno sino un crecimiento voraz que deglute lo mejor de sí misma y aún lo que sobrevive de ella misma?
¿Resolverá la constitución que se alista los peores problemas de la ciudad, incluyendo la escasez ya crónica del agua en amplios sectores urbanos? Seguramente que no. ¿Qué falta?
Me atrevo a sugerir un gobierno con sentido común que ponga un alto, un freno al crecimiento, de una vez y para siempre. Hay que poner en marcha una política urbana de fondo para impedir que la ciudad capital del país siga creciendo como lo ha hecho especialmente en las últimas cuatro décadas. No hacerlo ya, desde ahora, llevará al colapso total de la tataranieta de México-Tenochtitlán, inviable hoy desde todo punto de vista.
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