Una vez destapado José Antonio Meade para que compita por la presidencia de México en 2018, el presidente Enrique Peña Nieto, primer actor de la escena nacional, comenzó en paralelo a protagonizar su propio ocaso. Coincide éste con el cierre del 2017 y crecerá cuando inicie el sábado próximo su sexto y último año de gestión. Adiós Peña Nieto.
Meade, su creación, terminará por devorarlo a fin de cumplir el vetusto ritual del fuego nuevo. Adiós señor presidente. ¿Qué vendrá? La competencia para Meade, el desmarque, la distancia casi seguramente. Para Peña Nieto, el ostracismo, el confinamiento o, si acaso, el exilio dorado. Inevitable destino.
Triste destino del poder sexenal, peor todavía cuando se ha tenido que echar mano de un último recurso, casi desesperado, para intentar, sin garantía alguna al menos en este momento, de preservar el poder. Después de todo, el ”dedazo”, vigente y todo si se quiere, dejó hace tiempo de garantizar nada. Es sólo un artilugio, quizá el más pragmático en la circunstancia actual, para la necesaria distancia de Meade con su padre e inventor político.
Es probable que haya dolido elegir a uno que parece de uno, pero que no es de uno del todo. Osorio, el priísta de cepa, el disciplinado, el que se la jugó por todo, se quedó con los crespos hechos. Habrá consecuencias, son previsibles desde ahora.
Meade, el tecnócrata impecable, el doctor de Yale, la garantía del “stablishment”, deberá pasar por el fuego de la elección, sin que sus cartas-credenciales, sufran de mella alguna. Claro, tendrá el respaldo casi total de sus cuasi correligionarios del PRI, que ya iniciaron el bautizo con la corbata de rojo intenso. Que no quede duda: Meade tendrá que aprender en pocos meses a transformarse en la versión priísta más aterciopelada posible. La veremos.
En la otra esquina del ring, lo esperará un veterano del cuadrilátero: Amlo. Mucho menos avezado en eso de la academia, pero con demasiadas suelas gastadas, su mayor galardón. Vendrá un duelo definitivo, atractivo, de cartel grande. Un espectáculo de alta catadura para el respetable a condición de que coparticipe.
Meade puede ganar, debe ganar, pero no se sabe de cierto. Amlo quiere ganar, pero no sólo eso que sería ya bastante, requiere como nunca, apabullar.
¿Qué ocurrirá? Es prematuro vaticinarlo o al menos esbozarlo. Una cosa anticipo como cierta desde ahora: ganará quien mejor asiente el oído al suelo, a la tierra, al pavimento. El país ya no come cuento. La saciedad de lo mismo lo embarga y apetece algo distinto, aun al costo que sea.
Amanecerá y veremos.
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