Salvo lamentos casi por todos lados, casi nada ocurre cada vez que matan a un periodista en México, un país inmerso de manera profunda en el salvajismo aun y cuando se niegue, y peor aún la fuerza de la costumbre se imponga en forma creciente entre un número mayor de mexicanos, sean éstos gobernados o gobernantes. Uno más ¿Qué importa? Si acaso a los deudos de la víctima como acaba de pasar en Tabasco con el periodista Juan Carlos Huerta, de 45 años.
Ya casi nadie se inmuta en el país del asesinato a balazos, como en el caso aludido, de un periodista. Incluso y con aires de sobrada suficiencia moral se mata con la palabra, o la conseja al indicar o sugerir la tesis popular y corriente de que en algo raro o ilícito debió estar incursa la víctima para recibir semejante castigo. Si lo mataron es casi casi porque se lo merecía, sugiere o propone como explicación la vox populi o el responsable directo de impedir este tipo de hechos, y por supuesto de castigarlos de manera expedita como única fórmula contra la repetición y la impunidad que llega aparejada en casi todos los asesinatos de periodistas registrados en el país durante los últimos años.
A Juan Carlos Huerta lo asesinaron cuando salía de su domicilio en la ciudad de Villahermosa. Hombres armados llegaron a bordo de dos vehículos, le obstaculizaron el paso y abrieron fuego. En segundos le quitaron la vida. Simple, tanto como atroz.
Arturo Núñez Jiménez, gobernador de Tabasco, confirmó el asesinato de Huerta, lamentó los hechos y prometió una investigación, el ritual aconsejado, aun sin futuro, para enfrentar ante la opinión pública estos casos. Pero después, no pasa nada, salvo que se repiten hechos aciagos.
El promedio de estos crímenes revela un caso mensual. Este año, mes quinto, suman cuatro las ejecuciones de periodistas.
Un registro público tomado de La Jornada recuerda que apenas el 6 de enero pasado fue asesinado José Gerardo Martínez Arriaga, editor de la agencia de noticias de El Universal.
Siete días más tarde, Carlos Domínguez Rodríguez, de 77 años, del Diario de Nuevo Laredo, corrió igual suerte al recibir 21 puñaladas en esa localidad fronteriza.
Leobardo Vázquez Atzin, quien durante años trabajó para el periódico La Opinión, y tenía un portal de noticias llamado Enlace Gutiérrez Zamora, murió asesinado en marzo.
El saldo fatal en los últimos cinco años y cinco meses es de 43 periodistas y trabajadores de medios asesinados.
En 2017 fueron asesinados 12 periodistas, según Amnistía Internacional, que indicó que en ese año la violencia extrema aumentó en todo México.
El asesinato de Huerta coincidió con el primer aniversario del ataque armado que costó la vida de Javier Valdéz, el periodista sinaloense abatido en las calles de Culiacán.
¿A quién le preocupa? Y como en una tabla aritmética no es difícil advertir que conforme crezca el desdén, en la misma proporción, se multiplicarán los crímenes. Es la norma proporcional.
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