Se acaba de ir Huberto Batis. Curiosa partida para mí que recién la víspera y casi con desgano leí en El País la crónica sobre otra muerte, ésta de Vicente Verdú,
escritor, poeta, periodista, pintor, español él. Dicen que nunca se van solos. Quizá resulte cierto.
A Batis tuve el honor de conocerlo en el Uno más Uno de Manuel Bacerra Acosta, también ya fallecido, en España como Verdú. ¿Coincidencia acaso? No traté demasiado a Batis, pero lo recuerdo no sólo por su obra, sino también por su trato, a ratos más que huraño y/o malhumorado. Cada lunes que lo veía en las instalaciones de la privada de Correggio para entregar mis cuartillas con una crónica urbana, apenas me veía sobre sus gruesos armazones negros, si no mal recuerdo. Proyectaba una mirada severa, pero cuajada de luz. Lo saludaba y apenas intercambiaba breves comentarios después de las cortesías mínimas y el saludo, claro.
No formé parte de su equipo. Recibía mi texto semanal conforme una indicación, propuesta, sugerencia o no sé qué del entonces Director Becerra Acosta, quien a regañadientes había aceptado mis colaboraciones durante una comida que convocó mi maestro eterno, Arturo Sotomayor de Zaldo, fundador del diario que surgió del mazazo a Excélsior propinado por Echeverría.
Batis recibía mi texto, como dije. Muy cerca de él siempre estaba, al menos cada vez que yo lo visitaba, un personaje serio, que me parecía siempre absorto en su trabajo. Luego supe que se trataba de Miguel Rico Diener. Firmaba un texto breve y contundente en el diario. Luego supe que Rico Diener era uno de los colaboradores consentidos de Batis, éste severo y exigente.
Al cabo de un tiempo y publicaciones semanales en el diario, una sola siempre, se me ocurrió pedir a Batis más espacio. Publiqué por varios años una vez a la semana, pero pretendí incorporar una colaboración semanal más. Calibré el momento y me lancé a solicitar a Batis un espacio adicional. Apostaba a conseguirlo, después de todo sólo era un espacio más en el diario. Me parecía que no era pedir mucho. Había colaboradores que publicaban cada día. No era mucho pedir, me parecía, un espacio más a la semana.
Le solté a Batis la solicitud tan brevemente como pude. Batis alzó la vista tan pronto como dejó de mirar sus papeles en la mesa. Fue fulminante en sus modos y mirada. “¿Sabes cuánto cuesta un espacio en el periódico?” asestó. Sí, lo sé, contesté de inmediato, adivinando claro la respuesta negativa que me daría. “A ti se te paga por escribir aquí y encima quieres más espacio”, creo que fue su argumento contundente con el que aplastó mi expectativa. No recogí mis palabras, pero sí me sentí muy incómodo. Nunca en el tiempo que siguió insistí en el tema. Me resigné a mi espacio semanal.
En febrero del 90 redacté una carta para despedirme y agradecer a Batis el espacio semanal que tuve por casi tres años. La respuesta de Batis me reconcilió con él. Lástima que se haya ido, qué bueno que vivió 83 años.
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