Cambio de guardia

Singladura
Quizá sean los años, tal vez los golpes de las derrotas o simplemente la ambición, legítima y públicamente declarada, de convertirse en un buen presidente, pero
Andrés Manuel López Obrador, el presidente electo de México, está dejando en la historia su perfil rijoso, de bravucón de barrio y aún de fajador en cualquier ring público que se ofreciera.
¡Qué bueno por él y por México! Lo menos que se requiere hoy, en medio de una crisis nacional marcada por la creciente inseguridad pública y el alto índice criminal, es un presidente con los guantes puestos y la voluntad de sparring.
Durante la parte final de su campaña, la última por la presidencia del país, López Obrador decantó su perfil de bravucón de barrio y en su lugar profesó “el amor y paz”. Así se condujo durante los debates con sus adversarios por la presidencia, nunca se enganchó. Fue un giro afortunado que abonó en sus aspiraciones y le granjeó simpatías, aun cuando hubo quienes supusieron entonces que había doblado las manos o firmado un pacto secreto. Pero no. Sólo moderó su espíritu aguerrido sin bajar la guardia.
En la conferencia de prensa conjunta que ofreció con el presidente Enrique Peña Nieto el 20 de agosto en Palacio Nacional, López Obrador ratificó sus posiciones antagónicas en lo que respecta a la reforma educativa y el rumbo económico nacional. Su postura fue firme, pero no agresiva.
En las últimas horas y ante la instalación de la LXIV legislatura, en la que algunos morenistas – Mario Delgado entre ellos- se exaltaron y pretendieron pasar factura a la disminuida oposición, López Obrador llamó a “que haya armonía, que no haya pleitos. Se necesita la reconciliación nacional para sacar adelante a México”, dijo.
Volvió a hacerlo la víspera. “Estoy haciendo una recomendación respetuosa a los legisladores de que si van a llegar los secretarios del gobierno actual a comparecer, como lo establece la ley, pues que se les cuestione, se les critique, pero con respeto, que no haya excesos, y mucho menos se humille a nadie”, recomendó.
Insistió: “que nadie salga de la cámara humillado, ofendido, vilipendiado”. Otra vez qué bueno que convoque a la clase política representada en el Congreso a la moderación, al decoro, a la decencia en una palabra. México requiere morigerar el clima de guerra, de conflicto, en pocas palabras el mal humor social que por años se ha incubado de manera peligrosa como consecuencia en buena parte de los resultados de los sucesivos gobiernos del país.
El propio presidente Peña, en abril de 2016 en el marco del tianguis turístico de Acapulco, aceptó que “a veces se puede decir, leyendo algunas notas, columnas y comentarios que recojo de aquí y de allá, en donde se dice: es que no hay buen humor, el ánimo está caído, hay un mal ambiente, un mal humor social”.
En efecto, ese mal humor social se manifestó sin duda en los comicios de julio último, que perdieron el gobierno y el partido de Peña Nieto.
Ahora, López Obrador está tratando de serenar el país, de bajar ese mal humor social que es público y evidente en las calles, en las familias y aún en todos los ambientes del país como consecuencia de fenómenos económicos, sociales y políticos muy negativos.
López Obrador dijo la víspera en Monterrey que hay problemas graves en México como la pobreza, la inseguridad y la violencia, pero admitió que en México no hay una crisis política ni financiera como la que por ejemplo experimenta Argentina. 
Además, dijo, la transición en México se está dando en armonía, con estabilidad y el ánimo de la gente es de esperanza, de que las cosas van a cambiar, van a mejorar. Lee bien el presidente electo. Confiamos en que la expectativa se cumpla. Me niego a pensar en otra cosa.
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