Que conste, desde que 30 millones de mexicanos, una abrumadora, total y
contundente mayoría, transformaron con una fe casi ciega al candidato Andrés Manuel López Obrador, en presidente de México, sólo hago votos porque en su gestión sexenal le vaya muy bien, que digo muy bien, excelente, que digo excelente, que le vaya maravillosamente, y que al cierre de su sexenio, México se encuentre mucho mejor que hoy, al menos mejor, más mejor como decimos en mi pueblo. Más aún, si así fuera, me comprometo desde ahora a votar Morena en 2024. Sin problema, sería una recompensa justa y aún necesaria, que Morena y su eventual candidato (a) continuaran en el poder.
Como es parte de mis tareas cotidianas, todos los días monitoreo, me mantengo atento a la cosa pública, a la República pues. Y aunque hurgo y más hurgo, consulto, verifico, pregunto, nadie anunció, avisó o hizo público ningún “agua va” sobre la visita a México nada menos de un personaje tan poderoso y controversial al mismo tiempo como Jared Kushner, el alter ego de Trump, el presidente de Estados Unidos más públicamente antimexicano que se recuerde en décadas. Ha habido otros, quizá con justicia pudiéramos decir que casi todos, muy antimexicanos, pero pocos que públicamente haya ofendido y faltado tanto a los mexicanos como el magnate del ladrillo que hoy habita en la Casa Blanca.
Por ello, llama a la sorpresa, a la sospecha y hasta cierto grado de indignación que “a toro pasado” se nos informe y de manera muy parcial, que el señor Kushner se llegó hasta la residencia, mansión u lo que sea del vicepresidente de Televisa, Bernardo Gómez, para aguardar allí nada menos que al presidente de México, nada menos que el Jefe del Estado mexicano. Quién hubiera sido es lo de menos, pero es lo demás porque se trata ni más pero tampoco menos de Andrés Manuel López Obrador. ¡Caramba! Vaya sorpresas que se lleva uno en la vida.
Así sea un hombre que ha dado sobradas muestras de sencillez, de identificación incluso excesiva y hasta peligrosa con la gente de a pie, de rechazo a las parafernalias inherentes al poder, de petulancia incluso, López Obrador es nada menos que el Jefe del Estado mexicano, y lo vuelvo a decir y lo vuelvo a subrayar. No es el amigou Andrés Manuel. Es la cabeza del Estado mexicano y el hombre que nos representa a todos los mexicanos, incluso a quienes lo adversan hasta por el detalle más nimio. Añada a esto por si hiciera falta que es el presidente mexicano con una legitimidad total, una característica ajena o por lo menos no igualada por varios de sus antecesores.
Por ello es que preocupa, perturba y hasta encorajina que haya accedido a acudir a una cena en la casa del alto ejecutivo de Televisa y, por si fuera poco, para recibir al yerno de Trump. Que no diga López Obrador que fue un encuentro “normal”. No lo fue, no pudo serlo, señor Presidente. Y usted lo sabe o debe saberlo. Allí se trataron asuntos de Estado. Usted lo sabe mejor.
Le pido con respeto absoluto a Usted como mi presidente y en su condición ineludible de Jefe del Estado Mexicano, que cuide estos asuntos. A Usted se le respeta. Usted es además un político de largo y afilado colmillo. Conoce a fondo México. No me diga que el encuentro con Kushner fue o es “normal”. No, por favor.
Su figura, fraguada a golpe de calcetín en la extensa, rica y abrupta geografía mexicana, debe estar bien lejos y perfectamente diferenciada de aquel señor que un día del 2016 recibió a Trump candidato, ya sabe dónde, como presidente de Estados Unidos. Ahórrese usted la comparación o el recuerdo, por favor. ¿O habría que recordar la máxima de Jesús Reyes Heroles? ¿Para qué la repito? Usted la conoce sobradamente.
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