La crisis ambiental de la Ciudad de México, largamente anunciada pero
desdeñada ante otras muchas urgencias urbanas, está presente una vez más. Nada nuevo bajo el sol. Así ocurren las cosas en esta ciudad y en todo el país. Lamentable. Gobiernos van, otros llegan, y el único cambio concreto, específico y evidente es que pasamos de la decepción del que se va y/o se fue a la expectativa del que llega. Las situaciones sin embargo, en particular las adversas, se mantienen y, peor aún, por una inercia natural recrudecen, se agravan.
La polución en la capital mexicana es un tema que de tan viejo ya se hizo vetusto y mucho más grave, por supuesto. Hacia la mitad de la década de los 80, unos 35 años ya, el problema contaminante en la ciudad y el país en general, ya se advertía en medios periodísticos nacionales.
Recuerdo por ejemplo que bajo el título de “lucha contra la contaminación”, quien esto escribe publicaba en las páginas editoriales del extinto diario Novedades, un breve comentario sobre el tema. De igual forma, abordaba con alguna regularidad el fenómeno contaminante y sus secuelas en una columna que aparecía cada martes en el Uno más Uno de don Manuel Becerra Acosta (qepd).
Sobre el tema recuerdo a un erudito, llamado Fernando Césarman, precursor en México de los temas ambientalistas y quien acuñó nada menos que el concepto de “ecocidio” para expresar el desastre ambientalista que día con día, se manifiesta de manera casi apocalíptica. Don Fernando, aparte de ambientalista, fue un narrador, un poeta y un psicoanalista reconocido. Por allí andan sus estudios y sin embargo, ¿quién los ha atendido? Estoy seguro de que millares, si no millones de mexicanos, lo leímos, lo escuchamos y ¿qué pasó? Nada, absolutamente nada, o para mitigar un poco, casi nada.
Fernando Benítez, un historiador, periodista y escritor, maestro universitario también, dedicó parte de su tiempo y obra en advertir sobre el desastre ambiental en curso. Lo recuerdo no sólo como mi maestro en la UNAM, también como miembro de mi jurado recepcional en Ciencias Políticas y más todavía cuando yo caminaba a su lado en los viveros de los Coyoacán mientras él trotaba medianamente. Salíamos de su casa en las calles de París rumbo a los viveros. Refunfuñaba el maestro Benítez porque decía que las nueve de la mañana eran horas de la madrugada.
Mucho alertó Benítez sobre los riesgos de la contaminación y el desastre ambiental de la ciudad de México a principios de los años 80. ¿Qué pasó? Casi nada.
En estos días que la contaminación agobia a la ciudad de México –nada nuevo, insisto-, quienes habitamos en la gran tatarabuela de México-Tenochtitlan, volvemos a poner el grito en el cielo. El tema nos ocupara por unos días, quizá unas semanas si acaso y luego, vendrán los anuncios sobre el fin de las contingencias, el regreso a clases y el levantamiento de las vedas parciales a la circulación vehicular de la capital. Tan tan. Lo de siempre en México. Pegamos unos gritos, casi alaridos, por unas horas, si acaso unos días, y luego, colorín colorado. Es nuestra conducta predominante. Al rato ni quien se acuerde de temas críticos como éste de la destrucción de nuestro hábitat. En general nos comportamos de manera epiléptica ante este y muchos otros asuntos, aun y cuando resulten de interés vital. Si acaso somos reactivos, no preventivos. A veces sólo apostamos por mitigar el daño, en algún grado. Desconozco si esta manera de actuar sea la mejor forma de sobrevivir o la ruta óptima hacia el ecocidio total. Veremos aunque un día ya sea demasiado tarde.
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@RobertoCienfue1