Anoche el presidente Andrés Manuel López Obrador, bajo la inspiración
gubernamental de Primero los Pobres, encabezó la ceremonia de El Grito, una gesta heroica que marcó el inicio de un sueño: la emancipación nacional. Fue el primer “Grito” a cargo de López Obrador en un zócalo colmado de mexicanos que como millones más fuera de esa espacio emblemático del país en el corazón de México soñamos o idealizamos con un día haber hecho lo suficiente desde el reducto personal y/o social para darnos un México en pleno desarrollo, paz y justicia.
Más de dos siglos han pasado desde aquel “Grito” en Dolores Hidalgo, Guanajuato, mediante el cual el cura Hidalgo acompañado de los militares Ignacio Allende y Juan Aldama, entre muchos más mexicanos que pronto se congregaron al llamado del hoy considerado Padre de la Patria, cuya arenga libertaria sigue sin embargo en medio de una polémica por su contenido exacto. Pero haya sido como haya sido, escrito con la debida corrección al clásico, nadie puede desconocer con apego a la justicia el enorme valor personal y las profundas repercusiones históricas de la convocatoria hidalguense. Pero esa es otra historia.
Lo que en este todavía joven siglo XXI y cuando han pasado 209 años de esa efeméride que –recuerdo- marcó el inicio de la guerra por la independencia nacional, es útil percatarnos sin embargo de que una inmensa mayoría de mexicanos estamos dando “el grito de cada día”.
Muchos de nosotros gritamos cada día por la inseguridad y barbarie nacional que vivimos sin que las autoridades del país, éstas y las de antes que es lo mismo, atinen a dar pie con bola para contenerla como decimos coloquialmente. Las cifras son de sobra conocidas y el dolor de las víctimas, inmenso. También damos “el grito” cotidiano por la ausencia de un estado de derecho capaz de garantizar la seguridad física y patrimonial de los mexicanos. Acérquese por ejemplo a un ministerio público en cualquier alcaldía capitalina y ya verá lo que ocurre allí. Añada a esto las carpetas de investigación de los innumerables crímenes que se cometen en esta ciudad de México –para no ir más lejos- y constatará la precariedad en la que actúan los agentes ministeriales, agobiados por las sobrecargas de trabajo en muchos casos. En otros, se decantan por el cinismo y la corrupción.
También damos “el grito” millones de mexicanos por el desempleo creciente y la falta de garantías para los trabajadores del país tanto en empresas públicas –del Estado pues- como en las menguadas firmas privadas que aún se atreven a crear empleo en este país. Añada a esto el quebranto de las leyes laborales y la impunidad con la que actúan muchos “servidores públicos” en estos días aciagos de terrorismo laboral bajo el argumento de la austeridad republicana.
Mire usted “el grito” que sale de un número creciente de segmentos poblacionales aquejados por la ausencia de oportunidades de desarrollo laboral y profesional en una economía que se prevé crezca en 2020 un dos por ciento en el mejor de los escenarios y que se convierte en una meta tan estigmatizable como los gobiernos neoliberales que precedieron a la 4T.
Aún hay más, para citar al personaje clásico televisivo dominical de hace años. Los servicios de salud dan miedo y enferman a muchos mexicanos, que dicho al margen de cualquier concepto figurativo, dan “el grito” cada vez que se ven obligados a demandar servicios públicos, no del todo tan gratuitos porque se descuentan en algún grado de los sueldos y salarios de quienes aún sobreviven en la menguante economía formal del país.
Son estos puntos algunos de los que trazan el escenario nacional en estos tiempos de la 4T, la misma que pregona sin empacho y más bien con orgullo, el lema de Primero los pobres, así haya cada vez más jodidos en este país, esperanzado eso sí de desarrollo, paz y justicia.
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@RobertoCienfue1