El poder

La renuncia al poder presidencial de Evo Morales, quien probablemente se asile en México si es que acepta la oferta hecha la 

 víspera por el canciller Marcelo Ebrard, es una de esas historias que llama a reflexionar sobre esa tendencia de numerosos políticos a perpetuarse en el mando de un país, salvo puede decirse con honrosas excepciones.
Pienso de inmediato en Nelson Mandela, el excepcional activista contra el Apartheid, la política de segregación racional cuyo desmantelamiento en Sudáfrica fue prácticamente la obra política cumbre del dirigente encarcelado por largos 27 años.  Mandela, el Premio Nóbel de la Paz en 1993, ganó las elecciones en abril de 1994. Un mes más tarde, Mandela asumió el mando. Mandela ejerció un solo y único periodo presidencial.
Es cierto, la constitución sudafricana de 1996 impedía la gestión del presidente del país por dos períodos consecutivos, pero también lo es que Mandela jamás intentó enmendar este artículo; nunca estuvo interesado.
El ex encarcelado líder, pronunció un discurso de despedida el 29 de marzo de 1999, y se marchó a casa, aun cuando siguió figurando en la escena nacional e internacional. Impecable.
Cito a Mandela como un ejemplo político. Su obra emancipadora es bastante conocida, su conquista constitucional del poder, también y su retiro, de igual forma.
El boliviano Morales, como tantos otros mandatarios latinoamericanos, se aferró al poder, un encanto afrodisiaco según algunos. Ejerció la presidencia boliviana por 13 años. Algunos dirán que es válida la opción siempre y cuando se respalde en las urnas. Tengo mis dudas. Me parece un apetito político desmedido. Es común ciertamente entre los políticos, esa especie rara entre muchas y, si acaso, singular.
México no ha sido la excepción. Tuvimos a un general Porfirio Díaz, aferrado al poder, reacio a convocar a elecciones bajo todo tipo de pretextos, argumentos dirían otros. En su famosa entrevista con el periodista canadiense James Creelman, Díaz dijo estar dispuesto a dejar la presidencia en vísperas del movimiento insurreccional de 1910. Tuvo que dejarlo.
Otros ejemplos que vienen al recuerdo son los casos de Daniel Ortega, el político nicaragüense que encabezó la revolución sandinista para luego perpetuarse en el poder a prácticamente cualquier precio.
Ni hablar ya de Fidel Castro, el revolucionario isleño que resistió todo tipo de embates para preservar su poder inconmensurable en Cuba. Una gestión típica de claroscuros y cuyos saldos aún forman parte del debate de estudiosos, y de simpatizantes y antagonistas. Pero otra vez el fenómeno del poder por encima de la obra.
En Bolivia, el indio Morales, cocalero también como él mismo se proclama, gobernó durante 13 años. Eso sí bajo todo tipo de artimañas. Se aficionó al poder el indio cocalero. Extraño elixir el poder.
Vienen igualmente a la escena de los recuerdos los casos en Venezuela de Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, los dos políticos quizá más controversiales de la época contemporánea de ese país sudamericano.
 
A ambos los sedujo por igual el poder. A los dos les fue mal. Pérez enfrentó golpes de Estado, cárcel y destierro tras su compleja segunda presidencia entre 1989 y 1993, que dejó inconclusa.
Caldera asumió el mando presidencial por segunda vez en 1994, a los 79 años de edad, Concluyó su gestión en 1999 con un resultado precario. Murió a los 93 años en 2010. Otra vez, el poder. Caldera se revitalizó para ejercer el poder presidencial.
¿Qué tendrá el poder? ¿Es tan seductor y perverso a la vez?
Cito a Paul Henri Thiry, barón de Holbach: “el poder absoluto fue y será siempre la causa de la decadencia y de las desgracias de los pueblos, que tarde o temprano llegan a padecer los mismos reyes”.
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@RobertoCienfue1