A ver. Quizá lo único que falta es que el presidente contagie al
país todo de su serenidad frente a la peor crisis de México en casi un siglo. Esto porque mientras el presidente vive en una calma que a muchos aterra, confunde y aún resulta anticlimática, el país se manifiesta atrapado en una atmósfera de zozobra ante el derrumbe económico y la amenaza del coronavirus, que según expertos apenas alcanzó su carta de naturalización mexicana.
¿Qué va a pasar en México? Es la pregunta que predomina social, económica y sanitariamente en estos días. López Obrador convoca a la calma y anuncia que será él mismo quien avisará en qué momento habrá de escalar medidas. Incluso invita a la gente para que salga a comer a fondas y restaurantes. Dice que México, con base en su cultura ancestral y su fortaleza genética, nada tiene que temer porque saldrá adelante como lo ha hecho siempre. En esto tiene cierta razón, aunque habrá que contar una vez superada la emergencia los saldos de todo tipo que ya comienzan a sumar y que seguramente serán mucho mayores más tarde.
La gente, la ciudadanía, sin embargo, ya está por millones resguardada en sus casas. Las ciudades lucen semidesérticas, y un índice elevado de actividad económica, productiva y social entró al sótano nacional.
Contra lo que podría esperarse por motivos muy “fifís” si usted quiere, la banca del país rebasó por la derecha al presidente y ha comenzado a anunciar medidas de alivio para deudores hipotecarios y/o por tarjetas crediticias, de autos, de nómina, personal y hasta de Pymes. Pero el presidente insiste en sus llamados a preservar la calma, y advierte que no habrá eso sí prórrogas ni alivios al estilo neoliberal, que pudieran incluir apoyos o perdones fiscales y rescate de empresas o deudas privadas. En su lugar, se apoyará a micro y pequeños negocios, changarros pues, como taquerías, fondas, talleres, pequeños comercios. Esto como parte de su filosofía política de privilegiar a los pobres, así se lleve el carajo a quienes están ligeramente por arriba del umbral de la pobreza.
Pero una amplia mayoría del país está lo que sigue de preocupada. Hay temor a la pérdida del empleo, a la falta de ingresos cotidianos, a la incapacidad de pagos y, aún a la escasez de alimentos y otros bienes básicos, pero sobre todo, a enfermar del mal detectado originalmente en China, que ya cobró más de 18 mil vidas en el mundo, una cifra –no debe perderse de vista- aún reducida para una pandemia que atenaza a más de 170 países del orbe.
Pero el presidente sigue con su rutina, que incluye las benditas mañaneras –el escaparate presidencial por excelencia- sus giras a los estados y sus apapachos y bendiciones, sin que falten por supuesto los talismanes e imágenes sacras de la suerte, y si en cambio sobre o se quede intacto el gel antibacterial en Palacio Nacional.
Mientras los sectores clasemedieros, medianamente ilustrados y/o de negocios miran preocupados el despegue del dólar, el presidente ni se inmuta por la devaluación del pobre peso que está contra las cuerdas y aún debajo de la lona. Más bien el presidente toma distancia de esas minucias “neoliberales”, aunque eso sí, el pueblo bueno y sabio se mantiene feliz, feliz porque disfruta cada mes de una rebanada del pastel nacional que antes sólo degustaban los “fifís” y otras especies asociadas a la mafia del poder. Esas rebanadas están garantizadas al menos por ahora, lo mismo que los proyectos insignias de la 4ªt, sin que importe si son viables y económicamente rentables, conceptos éstos últimos de la peor calaña neoliberal.
A nuestro presidente tampoco parece preocuparle el desplome petrolero, que hizo posible en el mercado interno una baja del precio de las gasolinas. ¿Ya ven? Como prometió el presidente, sí es posible bajar los precios de las gasolinas otra vez en beneficio de los pobres del país, aun y cuando no tengan auto, y el precio del barril esté muy por debajo de los 49 dólares presupuestados este año. Ya verá Arturo Herrera, el relevo casi forzado de Carlos Urzúa al frente de Hacienda, cómo acomoda los dineros, que para eso lo puso y mantiene allí el presidente.
Mucho menos parece inquietar a López Obrador la pérdida de inversiones cuantiosas como el caso más reciente de la cervecera estadounidense Constellation Brand. ¿Mil 400 millones de dólares? Ah, bagatelas. ¿Qué puede significar ese monto frente a los 13 mil millones de dólares sepultados en el Aeropuerto Internacional de Texcoco? Pues nada.
Así seguimos, bajo la certeza presidencial y la creciente, preocupante, angustia nacional que pica y se extiende. Al final, los saldos económicos y sanitarios hablarán por sí solos. Ojalá acierte el presidente al confiar sólo en sus propios datos.
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@RobertoCienfue1