Es claro en principio que el viaje del presidente López Obrador a Washington no fue un fracaso, pero tampoco un éxito. Las evaluaciones en política como en la vida deben hacerse y se hacen con base en los resultados, una vez ya sopesado el costo-beneficio. Seguramente Andrés Manuel López Obrador y
su equipo hicieron este balance antes de decidir la visita a Washington en tiempos de campaña electoral por la presidencia estadunidense, un hecho político innegable así el pretexto narrativo haya sido el T-Mec. Tanto López Obrador como su canciller, Marcelo Ebrard –de los pocos que sí atiende en el gabinete- asumieron en consecuencia que el costo, aún el potencial, sería menor y aun estrictamente manejable contra el beneficio de la visita a la cueva del lobo que es Donald Trump, a quien se le conoce como racista, clasista y antimexicano, pero nunca como un tonto.
López Obrador es un político taimado, curtido por el repetido fracaso, pero dista mucho de ser ingenuo y tampoco es tonto. Mide bien sus pasos y acciones, aunque su verbo diga otras cosas. Habla con frecuencia barbaridades, incluso a la luz del sentido común más básico, pero es aconsejable leerlo por sus actos concretos y puntuales. Tiene la habilidad sin duda de entretener, polemizar y distraer con el discurso, pero nunca hay que perder de vista si uno quiere tener un mejor entendimiento de su gobierno y su persona las acciones que acomete de manera cotidiana.
Así entonces tenemos que esperar los resultados concretos y tangibles de su visita a Trump porque una cosa son las frases aterciopeladas que se prodigaron ambos, y otra muy distinta las realidades y necesidades materiales que apremian ahora y en el corto plazo a México y Estados Unidos, dos vecinos además indisolublemente ligados al margen de quien gobierne en cada uno de estos dos países.
El encuentro Amlo-Trump, se gusten o no entre ellos, debe verse –creo- como un ejercicio de pragmatismo puro, de “realpolitik”. Se está ante una especie de matrimonio binacional con sus altas y sus bajas, sus discrepancias y enojos, pero también como ocurrió la víspera de avenimiento en momentos críticos como los que ambos países atraviesan y con el propósito final de impedir un divorcio mucho más costoso e inviable por razones geográficas, históricas, culturales, económicas, sociológicas y otras muchas más.
Es imposible para México dar la espalda y aún enemistarse o pelearse con Estados Unidos, pero la potencia del norte sabe que abofetear eternamente a su vecino del sur sería estúpido y sobre todo nada rentable. Ambas naciones se requieren mutuamente, aunque por razones y motivos sobradamente distintos e incluso contrastantes. Esto lo saben López Obrador y Trump y si no, ya lo aprendieron porque ninguno de ambos es tonto.
Por ello intercambiaron elogios. Trump calificó a Amlo de audaz y duro. Amlo agradeció a Trump su creciente disposición a dispensar un mejor trato a México como país soberano e independiente. Se excedió al equipararlo con Washington, pero bueno. Dijeron los dos que a futuro ambos países deberán acrecentar su alianza comercial y económica.
Por todo esto parece prematuro calificar el viaje de un fracaso. Igualmente es temprano para decir que fue un éxito.
Es curioso, pero el bate con motivos huicholes que regaló Amlo a Trump resulta en este sentido altamente simbólico. ¿Será sólo un instrumento para abanicar, dar rolitas, hacerse de una base por bola, “poncharlo” o en verdad servirá para que México y Amlo por supuesto hagan posible los jonrones que tanto se están necesitando en medio de una crisis económica, sanitaria y social de pronóstico reservado?
Sí la suerte de Trump quedará sellada en noviembre próximo, Amlo pasará a las urnas unos meses después, en el 21. Ambos se estarán jugando entonces su destino y legado político.
A Trump el bate podría servirle para lograr un cuadrangular electoral en momentos en que sus números pintan rojo. Amlo sabe que la alcabala electoral lo aguarda en junio del 21.
Y sin embargo, entre los respectivos inquilinos de la Casa Blanca y Palacio Nacional podría interponerse el demócrata Joe Biden, que hoy está arriba en la pizarra.
El tiempo pondrá en claro si el viaje fue un éxito o un fracaso. También dirá si hay que comenzar de nuevo con un presidente demócrata en la Casa Blanca, que seguramente como hacen siempre todos los políticos recordará el día que ni siquiera un bate mexicano fue útil a Trump para ganarle.
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@RobertoCienfue1