No sé, afable lector (a), si a usted le encanta que le doren la píldora, le den por su lado y aún que le digan falsedades para no irritarlo (a), confrontarlo y/o convencerlo.
Desconozco si considera adversarios o enemigos a quienes lo hieren con la verdad, antes que matarlo con la mentira.
Estas meditaciones, que pretenden ser un tanto reflexivas, vienen al punto tras constatar en forma cotidiana que los mexicanos en general, al menos el segmento poblacional que destina parte de su tiempo a conocer sobre la cosa pública en los contenidos periodísticos, vive me parece una batalla soterrada si se quiere con el discurso gubernamental y en particular el que pronuncia y mantiene de manera incesante y como una verdad absoluta el jefe del Ejecutivo federal.
Como pocas veces antes, y creo que nunca antes, el presidente satura con su discurso el espacio mediático nacional. El peso de la presidencia de México es aplastante y busca ser inobjetable. La voz del presidente encuentra eco en prácticamente cada rincón del país. Ningún medio periodístico del país, por pequeño que sea, puede desdeñar la voz presidencial, que reverbera con prisa y sin pausa en toda la geografía mexicana. Es apabullante.
Hasta donde registro, nunca como ahora un presidente mexicano había destinado tantas horas y días de su tiempo para hacerse presente en todos los medios informativos, el verdadero escaparate o gran plaza pública del país. Hay López Obrador hasta en la sopa. Se convierte de esta manera en un presidente ubicuo. Habla, habla, habla hasta por los codos como se decía hace tiempo de los parlanchines.
Hay quienes elogian esta práctica presidencial y la vinculan con una forma de gobernar innovadora y de cercanía total con los gobernados, a quienes lo mismo receta decálogos morales, esquemas ideales de conducta, fórmulas motivacionales y aún aspiraciones y metas materiales. Como en botica, hay para todo y todos desde el mismísimo Palacio Presidencial o en cada sitio que recorre con tanto ahínco e interés crítico el presidente de México aún en medio de la voraz pandemia. Es la forma que ha encontrado el mandatario para estar presente, algo que hasta donde se ve y por ahora le reditúa buenos dividendos políticos y que sus antecesores le dejaron libre desde sus tiempos de campaña. Para el presidente, la plaza pública es su lugar predilecto, donde mejor se siente y su mero mole, como decimos los mexicanos. Esto, al margen de los resultados para el país.
Para otros, los críticos del estilo personal de gobernar del mandatario, la presencia presidencial cada mañana y aún en cuanto espacio público se antoje, es una pérdida del tiempo presidencial que debería destinarse a propósitos más trascendentes en aras de obtener mejores frutos gubernamentales. A López Obrador se le ha criticado su propensión verbal o discursiva –algo que lo somete a un desgaste y sobre todo a una prédica muchas veces contradictoria y hasta insensata-, lo mismo que su renuencia a dejar la plaza pública para en su lugar concentrarse en la compleja tarea de gobernar con base en la estructuración de políticas públicas ponderadas, perfectamente bien analizadas y diseñadas en “the war rooms” del Palacio Nacional.
Sea del lado que cualquier gobernado, analista y comentócrata se ubique, lo cierto es que esa elevada exposición mediática y callejera del presidente tiene sus consecuencias al plantear de hecho el reto no sólo de sobrellevar y nutrir la batalla discursiva, sino esencialmente de ganarla porque de eso trata la política, y en ello van el prestigio, el respeto y la credibilidad de la figura y palabra presidenciales. Hasta ahora, las encuestas de opinión y otros parámetros indican que esta forma y estilo discursivo y presencial le siguen redituando dividendos positivos y/o favorables a López Obrador. Todavía es impredecible saber o anticipar el momento en que esto cambie. Si puede anticiparse que en algún momento habrá un punto de inflexión para mantener en el tiempo y con éxito esta política comunicacional, llamémosla así. Los riesgos están a la vista.
Una continuada disociación entre hechos, fenómenos que se constatan en la realidad pública y las palabras o el discurso del presidente, como la que resulta cada vez más evidente y palmaria, podría dar al traste y aún resultar contraproducente para el gobierno, el presidente y el país. La pandemia, el colapso económico, el desempleo, la inseguridad ciudadana, el crimen organizado, el fracaso educativo y sus repercusiones en niños y jóvenes, el quiebre de la infraestructura sanitaria, la precariedad e insuficiencia de fármacos, la insatisfacción social ante los pobres resultados de una lucha contra la corrupción casi teatral y bajo control selectivo, el cansancio social, el desgaste propio del poder y el eventual surgimiento de nuevos personajes en un escenario inminente de pugna política, podrían ser sólo algunos elementos clave de un boomerang político, muy peligroso para el país. Se pondrá a prueba entonces la verdadera capacidad política del presidente para sostener su discurso y su palabra, más allá y necesariamente por encima de la realidad, que siempre es fría como el acero.
This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.
@RobertoCienfue1