Sí, hay que insistir en que aún estamos a tiempo de impedir la llamada tercera ola del Covid-19 en México. Ante el asueto por la inminente Semana Santa, es preciso insistir en un llamado por todos los medios a nuestros compatriotas para que actúen para la preservación de la salud,
la economía -la enfermedad del Covid-19 es altamente costosa- y sobre todo, la vida.
Si es cierto que guerra avisada no mata soldado, urge impedir una nueva escalada de la enfermedad y la muerte por el virus. Sobran las evidencias a estas alturas del fenómeno sanitario sobre la devastación asociada a la pandemia en todos los frentes imaginables. El Covid-19 enferma, mata, deja huérfanos, causa dolor y estraga la economía de las personas. Estresa el depauperado sistema hospitalario, agobia al personal médico, trátese de enfermeros (as), camilleros, socorristas, médicos, personal hospitalario de intendencia y absorbe enormes recursos de todo tipo.
Ya sabemos además lo que el Covid-19 ha causado en México, cuyo gobierno lanzó tardíamente una estrategia, sí así puede llamarse, para contener, si acaso, la voraz enfermedad. Cifras oficiales revelan que nos aproximamos a los 200 mil muertos, aun cuando hay otros datos que indican que la pandemia podría ya haber arrebatado las vidas a unos 500 mil mexicanos. Las personas contagiadas rebasan los dos millones y se acercan a casi los 2.5 millones, una cifra menor incluso a los pacientes recuperados, que están por debajo de los dos millones y muchos de los cuales resentirán secuelas no del todo bien conocidas, determinadas ni estudiadas de manera suficiente.
México apenas lleva vacunadas a 5,781 mil 359 personas, según el corte del lunes por la noche. La cifra de vacunas suministradas contrasta aguda y dramáticamente con los 126 millones de mexicanos que la requieren. Pero México carece aún de los antígenos en número suficiente, así y cuando el gobierno siga diciendo que habrá vacunas para todos, pero omita precisar cuándo en momentos en que la inmunización masiva parece la única esperanza real y concreta de sobrevivir a estos tiempos de pandemia, peligrosísimos así y cuando la sociedad mexicana en general desestime con numerosas conductas y ante las necesidades cotidianas, el verdadero riesgo que enfrentamos.
El presidente Andrés López Obrador plantea desde el púlpito de Palacio Nacional, una y otra y una vez más, que las vacunas serán para todos, sin regateos de ningún tipo, pero sus expectativas, así resulten de buena fe, están muy lejos de cumplirse en la realidad. Basta contrastar el número de mexicanos vacunados con el universo que aguarda, muchas veces impaciente y angustiado o aún temeroso de caer enfermo.
Los testimonios que ya a estas alturas todos conocemos de familiares, amigos o personas cercanas que han contraído el virus, deberían bastar y sobrar para que cobremos conciencia como personas y/o ciudadanos sobre la gravedad del mal que nos acecha.
El subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell Ramírez, acaba de emitir un decálogo de recomendaciones para prevenir la llamada tercera ola de casos Covid-19 en el país. Podríamos rebautizarlos como los diez mandamientos del doctor López-Gatell para la inminente Semana Mayor. Recomienda la participación domiciliaria en eventos religiosos, salidas en grupos no mayores a cinco personas y dormir en casa.
Otras medidas incluyen tiempo con familia, menos intercambio entre familias distintas, asistencia a sitios con poca gente, paseos cercanos al domicilio y permanecer en casa.
También recomendó protegerse del calor, usar ropa ligera, lentes e hidratarse, el consumo de 8 vasos diarios de agua, usar cubre bocas, lavarse las manos con agua y jabón y mantener la sana distancia. La recomendación número diez insta a quedarse en casa. Pero después de más de un año de pandemia y con el saldo oficial por el Covid-19 que conocemos, este decálogo genera una serie de emociones encontradas.
¿Qué nos queda? ¿Qué podemos hacer? Lo que debimos hacer hace más de un año, y que fue minimizado por el gobierno, y en consecuencia por una sociedad indisciplinada, reacia y contumaz, también hay que decirlo. Sólo nos queda actuar por nuestra cuenta para impedir riesgos altos, y potencialmente catastróficos. En el trance que enfrentamos, estamos solos y sólo nos tenemos a nosotros mismos. ¿Insistiremos en jugar al vivo o al milagrismo? Es temerario.
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Roberto Cienfuegos Jiménez es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UNAM y Maestro en Dirección Comercial por la Universidad Politécnica de Tulancingo, Hidalgo. Su trabajo periodístico en México, América Latina, Europa y Asia ha sido publicado por McGraw Hill, la Revista colombiana Dinero y las agencias noticiosas Ansa, UPI, Xinhua y Notimex, los diarios La Opinión de Los Ángeles, Hoy y The Dallas Morning News, entre otros.