Pese a encuestas y la opinión de numerosos y respetados analistas, considero que la elección presidencial del 2024 no está sellada o escrita de una vez y para entonces.
Suscribo, sí, la opinión de que en este momento y en los meses por venir hay numerosos factores, hechos y fenómenos en curso, que juegan y jugarán en esa elección, donde sí está claro que se definirá la suerte de la llamada Cuarta Transformación, con ésta buena parte del futuro del presidente Andrés Manuel López Obrador, y aún de un segmento al menos de su principal equipo de colaboradores.
Quien diga que ya está garantizada la continuidad en el poder de Morena, corre al menos el riesgo de equivocarse. Esto porque en política, como en la vida misma, nada está escrito de una sola vez y para siempre. Citaré un ejemplo: hasta hace unas semanas, todo hacía prever que el presidente estadunidense, Joe Biden, y los demócratas con él, naufragarían en las inminentes elecciones de noviembre, también de medio término. Biden, sin embargo, y con él los demócratas otra vez, están de vuelta a la competencia política tras un repunte de seis puntos porcentuales en las últimas semanas y una clara y aún impensada mejoría en la percepción pública del país del norte. Un caso más, Gustavo Petro, el hoy presidente de Colombia, tuvo que ir a una segunda vuelta para ganar las elecciones de junio pasado, con una ventaja de menos de tres puntos porcentuales sobre su más cercano adversario. No la tuvo fácil, como decimos acá.
Un caso más: en Brasil, donde se ha prácticamente dado por hecho la victoria en los comicios de octubre próximo de Luiz Inácio Lula da Silva, el impresentable presidente Jair Bolsonaro, está reduciendo distancia, viniendo desde atrás.
Una encuesta de CNT/MDA difundida este martes, hizo ver que la contienda se estrecha, algo que también están destacando otros sondeos de firmas importantes.
Lula cuenta con un 42.3% de apoyo de los votantes frente al 34.1% de Bolsonaro en la primera ronda, lo que se compara con el 40.6% y 32% de la anterior encuesta de CNT/MDA. Aunque improbable hoy mismo que Lula pierda la elección, esto no da una certeza total de que no pudiera ocurrir. Después de todo, los votantes dan sorpresas y los apoyos, como las voluntades humanas, son siempre volátiles y aun esquivas.
En consecuencia, suponer y aún afirmar en México que el triunfo presidencial de Morena en el 2024 es un hecho, es asumir un riesgo, que existe desde ahora y que podría acrecentarse a partir de fenómenos sociales, económicos y políticos en curso y/o que se están fraguando. De esto, ya hubo algo, que no fue poco. Hay que recordar por ejemplo las elecciones de medio término en México, en junio del 2021, cuando Morena perdió siete de las 16 alcaldías y con ello, un total de nueve demarcaciones pasaron al bastión opositor, hoy mayoritario en el nido histórico de la izquierda mexicana. De igual forma fallaron en el intento de retener las mayorías absolutas en el Congreso de la Ciudad de México y el federal. Asi entonces, no fue poco.
El año próximo, estarán en juego dos bastiones clave para el 2024: Estado de México y Coahuila. Las fichas que está desplazando el inquilino de Palacio Nacional revelan que ambas competencias electorales no serán un picnic dominical para ninguno de los competidores y sus aparatos, Morena entre éstos.
Hay otros hechos que están en curso, que podrían mellar al poder de turno. Los resultados en materia económica, inseguridad, crimen organizado, salud, gobernabilidad, relaciones exteriores, las pugnas interpartidistas y aún el desgaste natural del poder, podrían jugar una mala pasada a quienes hoy están más que confiados en proseguir una racha según ellos ganadora, pero que a juzgar con hechos claros, no ha sido tal y menos está garantizada.
Añada a esto, una sociedad civil que aún y con todo su letargo esporádico, también resulta en ocasiones respondona cuando le aprietan demasiado el zapato.
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1