Si Bill Clinton argumentaba en los 90´s que el momento se trataba de la economía, estúpido, algo que lo llevó a la Casa Blanca,
hoy en México tendríamos que admitir que estúpido o no, es la política el ejercicio que domina la escena nacional. De cara a una caballada claramente definida desde Palacio Nacional, el centro supremo del poder político mexicano, las corcholatas guindas se están dando ya de patadas debajo de la mesa y aún más allá de ella, en una disputa anticipada como nunca por el destapador supremo, al más puro estilo del priismo rancio, aquel que se pensó quedaría en el pasado, pero que ha cobrado un renovado vigor en forma -insisto- excesivamente temprana y/o prematura.
Convencidos hasta el momento de que una o uno de los tres, podrá terciarse sin mayor trámite la banda presidencial en el 2024, la noche de los cuchillos largos se prolonga a lo largo de los días que corren, sin tregua alguna.
Esto en buena parte porque la oposición o lo que se parezca a ella, sigue adormecida, como si aún no saliera del nocaut de julio del 2018, con todo y un paréntesis de vigilia en junio del 2021. En el ánimo nacional hay numerosos indicios que señalan que lo único que falta es tiempo y una urna para refrendar al movimiento político en el poder nacional.
Pero la prisa por desencadenar las pasiones, furias y otras prácticas delirantes, podría explicarse por una descarga urgente del peso que significa el ejercicio del poder ejecutivo federal, o por el interés de que los mexicanos, los electores especialmente claro, comencemos a ocuparnos, como ya lo estamos haciendo, de un tema que si bien es clave, nos restará energía para encarar otros, en particular cuando el país está sumergido en el soporífero debate que emerge cada mañana desde el púlpito político por excelencia y que incluye peroratas francamente fútiles y frívolas en no pocos casos, o atenuantes de fenómenos de suyo graves y que incluyen el escándalo del Guacamayas, la peligrosa cesión o claudicación del poder civil a los militares, esto último bajo la equivocada percepción de que los señores de uniforme verde, albo, camuflajeado o beige, son incorruptibles y eficaces a un grado de constituir una sui géneris especie de mexicanos, así se les llame “pueblo uniformado”, entre otros tópicos relegados o expresamente desdeñados.
Vaya presunciones, que de no ser porque resultan altamente peligrosas para una democracia en ciernes como la mexicana, moverían a pensar que se trata de una extrema ingenuidad política, lo que contrastaría de manera absoluta con el proceder del animal político aristotélico -hay que remarcarlo- que manda en Palacio Nacional y en todo el país de una manera avasallante, lo que resulta aún más peligroso.
Sobra a estas alturas referir cómo las y los corcholatos se están tundiendo para sobresalir, dejarse ver en todos los rincones de la sufrida geografía mexicana.
Desde sus respectivos espacios de poder, que ejercen más en función de sus aspiraciones que de las necesidades de sus gobernados -aun así lo nieguen por supuesto- las y los corcholatos están activos a todo vapor. Les urge congraciarse con el elector número uno, que emitirá el voto de calidad apenas se abra el calendario. Es la política, estúpido. No hay cosa más importante en este momento y en los meses que restan al hoy inquilino de Palacio Nacional, que definir y resolver la sucesión, amarrar la 4T al destino mexicano. Esto es el objetivo clave y de sobrevivencia. Lo demás puede esperar o seguir renqueando, qué más da.
Pero la sucesión y el amarre de un segundo sexenio “transformador” es un asunto de vida o muerte, política por supuesto, con tiempos y calendarios fijos, pero anticipados ante la urgencia de impedir que algo distinto al rumbo trazado e imaginado, pudiera ocurrir. Es la política, estúpido. ¿Hay otra cosa en México, hoy?
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1