El problema del agua en la Ciudad de México, tataranieta ésta de la gran México-Tenochtitlan,
es tan antiguo como la propia gran urbe, fundada justamente en medio del líquido vital, y que hoy, más de quinientos años después, se enfrenta al reto de garantizar el suministro para más de 20 millones de personas.
Se agrava el problema debido en buena parte al crecimiento urbano descontrolado, pero muy rentable económicamente, carente de una planeación mínima que debería estar a cargo del gobierno de la Ciudad de México, al margen de quien lo encabece.
Para decirlo de manera coloquial, gobiernos van y otros vienen, pero la capital de la República sigue creciendo y engullendo cuanto recurso se le ponga enfrente porque su crecimiento representa un caudal infinito de ganancias económicas para unos cuántos a costa, por supuesto, de la calidad de vida de millones de personas, confinadas de manera creciente en espacios habitacionales reducidos, sin servicios o no los suficientes en materia de movilidad, seguridad, infraestructura urbana, médica, hospitalaria, educativa, comercial y la que usted agregue. Todo le viene chico a la Ciudad en su incesante crecimiento. Y no crea usted que este fenómeno es privativo de la Ciudad de México. No. Se reproduce este esquema en prácticamente cada ciudad del país, desde las más chicas geográficamente hablando hasta las medianas y las grandes. México carece de planificadores y de autoridades urbanas, y gubernamentales en general, dispuestas a poner un alto al crecimiento urbano sin ton ni son que caracteriza al país completo. Las obras que se acometen en la capital y en cualquier urbe del país derivan en una parte importante del interés de los mercachifles del crecimiento y en mucho menor grado de la atención al o los habitantes de esas ciudades, que desde hace años sólo hacen una cosa: crecer, crecer y crecer. Se desatiende, cuando no se ignora la planeación urbana, con base en una visión sustentable y humana de la vida y reproducción de las personas. Y se actúa en esta materia al son del billete y/o del lucro, sin que importen los límites al crecimiento de cualquier asentamiento humano. La peor expresión de este asunto está sobradamente vista en las ciudades más cercanas a la capital de la república: crecen y crecen sin que se prevea que ese gigantismo urbano desparramado conlleva no sólo condiciones de vida cada vez más precarias, sino incluso peligrosas social y humanamente.
El agua, sólo por referirnos a un elemento esencial, expresa de manera palmaria la gravedad del fenómeno del crecimiento urbano sin límites y, peor aún, sin planeación, en forma desordenada, caótica e irregular. Si México aspira a concretar como país, y en algún momento, el paso a un desarrollo ordenado, previsible, y sobre todo a partir de un uso regulado de los recursos geográficos, ambientales y demográficos, deberá cuanto antes poner en marcha programas de planificación urbana que al menos establezcan algunos límites críticos.
Vea usted por ejemplo lo que resulta cada vez más frecuente en la Ciudad de México, donde el suministro de agua se hace difícil, costoso y ambientalmente peligroso, de manera creciente. Los cortes del líquido, a veces por días, se repiten para alcaldías completas. No son pocos los habitantes de diversas demarcaciones que se han habituado a la ausencia, el suministro ocasional o mediante pipas, pagadas a veces por las autoridades, y otras por los propios residentes, para tener agua.
Expertos de la Universidad Nacional Autónoma de México han alertado insistentes veces sobre el problema del agua en la capital del país y aún en otras ciudades mexicanas, que se prevé sufrirán de igual forma en pocos años más la escasez o la falta total del líquido.
En la Ciudad de México, muchos atribuyen a las fugas del agua, la escasez o falta del líquido. Pero el problema es mucho peor que eso. Tiene que ver con el crecimiento desbordado de las ciudades.
En el caso de la Ciudad capital y el área metropolitana, el 67 por ciento del agua disponible se extrae de acuíferos locales y el resto del sistema Lerma-Cutzamala. De ese total, de un 30 a un 40 se pierde en fugas.
Cecilia Lartigue, coordinadora del Programa de Manejo, Uso y Reúso del Agua en la UNAM, o PUMAGUA, ha dicho por ejemplo que al hundirse la urbe capitalina se generan irregularidades en el suelo y la fractura de tuberías subterráneas.
Lartigue ha rechazado la idea del abastecimiento de otras cuencas debido a que implicaría subir el agua a dos mil 200 metros de la CDMX, pero además dañaría a las comunidades y alteraría los ecosistemas de los lugares de donde se retiraría.
La especialista se pronuncia a favor de atender las fugas de agua para resolver el problema hídrico de la urbe. Admite sin embargo que esto es solo un aspecto y que la estrategia debe ser mucho más integral.
Es cierto que el acceso al líquido se ha convertido en un factor de desigualdad social, porque mientras en algunas alcaldías capitalinas se registra un consumo diario de 40 litros por habitante, en otras se multiplica por diez veces para alcanzar los 400 litros al día en consumo individual.
Hasta ahora, el problema del agua, como otros más asociados a las concentraciones urbanas y su desarrollo, se ha abordado como un asunto resoluble con base en un mayor suministro y consumo. Nada más erróneo. El agua, el transporte, la infraestructura de todo tipo, los centros médicos, escolares y aun el tema de la seguridad pública, tienen que ver con el crecimiento de nuestras ciudades. La disyuntiva radica entre dejar que el crecimiento nos desborde o comenzar a instrumentar políticas de desarrollo urbano, diseñadas a partir del uso racional e inteligente y programado de todos los recursos disponibles en horizontes amplios de tiempo, condiciones y ámbitos sustentables. ¿Por qué no hacerlo de una buena vez, o al menos comenzar esa tarea?
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1