¿Cómo construir y aún reconstruir el consenso, un renovado pacto social, y la plena vigencia de la pluralidad en
México? Esto, que se plantea en unas cuantas palabras, parece constituir hoy uno de los retos más críticos y aún urgentes del país, que se debate como pocas veces en su historia contemporánea, entre dos mundos planteados como irreconciliables: el de Ustedes y el de Nosotros, un cisma que hace más compleja la tarea de empujar y alcanzar el desarrollo, y el desafío de garantizar la viabilidad nacional con la responsabilidad y el esfuerzo de todos y cada uno de los ciudadanos.
En el mundo del Ustedes, uno minoritario, claro -vilipendiado y estigmatizado-, habitan los retrógradas y reaccionarios, todos aquellos percibidos como los que contraponen y mellan el cambio de régimen iniciado hace poco más de cuatro años, los disidentes, los críticos, los adversarios, y, peor aún, todos los tildados o etiquetados de corruptos, o los que aspiran a convertirse en transas, los privilegiados de los gobiernos neoliberales, en pocas palabras, los conservadores, así y éstos estén ya clasificados como los derrotados moralmente, aquellos que tienen como destino único el basurero de la historia ante el cambio y sobre todo perpetuidad que se reivindica para el mundo del Nosotros.
En un abrumador contraste, en el mundo del Nosotros -excluyente, claro- sobresalen los ubicados o colocados del lado correcto de la historia, los surgidos como consecuencia de un prolongado proceso de lucha por la democracia, llamados hoy a constituirse en la vanguardia genuina de nuestro país al hacerse, por fin, del poder nacional casi total, bajo la avalancha histórica de más de 30 millones de sufragios. Todo lo demás, sobra y obstaculiza para la única causa sublime, hay que agregar, de México
Pero ¿cabe México en estos dos mundos? Uno y el único donde afloran la bondad, la decencia, la causa histórica, única y futura del país, por fin, la llegada y/o advenimiento de la luz eterna para México, a las puertas de una época preclara, con justicia, desarrollo, prosperidad, economía sólida, salud y medicamentos gratuitos para todos -menos tal vez habría que aclarar para los conservadores- educación trascendente, gratuita y laica. Y por supuesto, un país donde los malos, los enganchados por el negocio del narcotráfico y el crimen en general, dejarán de serlo gracias a políticas públicas que atienden las causas de su maldad y los convierte en hombres y mujeres de bien. Nunca antes como ahora.
Gracias a la transformación en curso, se pregona de manera insistente y machacona, los mexicanos -con excepción de los conservadores, hay que aclarar- accederemos o al menos estamos en vías de ingresar en la nueva etapa superior del bienestar, el sustantivo más repetido en esta época de México.
Y sin embargo, la pregunta persiste: ¿Este bienestar, casi al alcance de la mano, será sólo disfrutable o estará únicamente restringido a un segmento poblacional, el único entusiasmado y ensimismado con la transformación? Y el otro sector o filón poblacional, el que critica, disiente o mantiene distancia de la ola en curso, ¿quedará marginado, seguirá estigmatizado o condenado a pagar le fealdad de sus pecados, tantos y tan graves como la prolongada era neoliberal del país?
Se plantea entonces un solo camino para los mexicanos: la expiación de las culpas a través de la incorporación de la Causa, o el infierno para ellos. Sin medias tintas, ni zigzagueos. Vaya simplificación para un México tan complejo, vasto y diverso. Asusta francamente semejante grado de simpleza, es tan alto que complica la construcción de un consenso y desequilibra la vigencia de una pluralidad plena, y más bien estorban, por lo que son destruibles o reemplazables.
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1