En su afán de constituirse en la única voz autorizada de México, el presidente Andrés Manuel López Obrador se está
convirtiendo en un valladar mayor para todo aquel que piense, actúe y haga distinto. Esto en nombre del purísimo manto sagrado de la 4T. ¿Estará consciente de esto? O ¿actúa sin percatarse que en el intento puede desatar una crisis nacional de enormes proporciones y absolutamente indeseable?
Cada vez menos actúa como un Jefe de Estado y más como un activista a ultranza de su gestión al frente del Ejecutivo Federal y de Morena, la organización política creada por él, a la que le debe haberlo llevado, al cabo de una brega intensa y azarosa, a Palacio Nacional, el sueño que alimentó hasta hacerlo una realidad.
Las conferencias matutinas, instituidas y estrenadas sólo dos días después de su toma de posesión el uno de diciembre del 2018, se han convertido en la trinchera de una prédica de alcance nacional que no admite disenso alguno ni mucho menos confiere derecho a nadie que no sea el propio presidente o sus adláteres.
Así quedó patente con la negativa a la senadora Xóchitl Gálvez, pese a la orden de un juez para que ejerciera su derecho a réplica, en lo que confirmó la descalificación formal de un mandato judicial y dejó en claro la burla a la ley por quien se comprometió al asumir el mando nacional a cumplir y hacer cumplir la ley, comenzando claro por el respeto irrestricto a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Pero todo hace ver que esa llamada Carta Magna es caduca para Amlo, le estorba y mucho peor, entorpece la Cuarta Transformación de la vida nacional que él solito impulsa, aún sin saberse a ciencia cierta si se trata de un mérito colosal o el camino al precipicio.
Sin duda, esa negativa presidencial para acatar un mandato judicial estableció un pésimo precedente, al menos dentro de la formalidad de la ley, que siempre limita, pero que el presidente trata de desacralizar con éxito en el día a día de las matutinas. Ha habido otros, claro, lo que da pie para temer que se repetirán con consecuencias previsiblemente mucho mayores para el país, que llega así al umbral del traspaso de los poderes públicos y de una competencia electoral del 2024, cuyo contexto y ambiente agudizarán el encono y el cisma nacional lenta pero persistentemente construido desde el poder presidencial, que no escatima recursos para golpear, reducir o extinguir si esto pudiera ser, a quien o quienes disientan u opinen distinto. Esto último bajo el manto sagrado de la 4T, que lo que no alcanza a cubrir resulta herejía, corrupción, privilegio o simple politiquería. Tal vez, pero tal vez no. Un manto, por sagrado que sea, nunca alcanzará a purificar a un país completo. ¿O si?
Así, la autocrítica, la contención y la apertura a escuchar al menos cualquier argumento distinto sólo encuentran el valladar constituido por el Jefe del Ejecutivo Federal, que gobierna para sí y por sí. Sus órdenes son leyes de inmediato para quienes lo acompañan, pero no gobiernan con él, convencido como está de poseer la verdad total, absoluta, según él mismo ha determinado, al grado de exigir que no se le cambie una sola coma a sus iniciativas legislativas porque -se asume- hacerlo supondría el descarrilamiento del espíritu de éstas.
De esta forma, como ocurrió durante décadas con el PRI, hoy en México no debería haber otra cosa que una sola causa común: La 4T. Fuera de ella están los irredentos, los que se colocan en el lado equivocado de la historia, los corruptos, los defensores de sus privilegios y egoísmos, los odiadores del pueblo, los que forman las minorías rapaces, los que compran y venden la ley, las miasmas de los purititas cloacas, los que se oponen a la purificación de la vida nacional. Cabe una pregunta, si acaso y sin ningún ánimo de ofender pero sí de entender: ¿Es verdad?
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1