Quien sea que gane las elecciones presidenciales de junio próximo, tendrá que repensar lo que va a hacer con el
México que heredará la Cuarta Transformación, y en particular el progenitor de ésta, Andrés Manuel López Obrador. El primer reto, uno formidable por donde se le vea, de la candidata que sea declarada presidenta electa, consistirá en decidir el mensaje, el tono de éste y sobre todo las acciones, las primeras y seguramente más críticas, que anuncie el día después que asuma el nuevo mandato constitucional.
Ya sea Claudia Sheinbaum, o Xóchitl Gálvez, la primera en caso de confirmar la heredad del poder presidencial, o en el segundo si da el campanazo del triunfo, tendrán ante sí la compleja tarea y responsabilidad, de marcar el nuevo tono, el nuevo rumbo y aún la nueva traza gubernamental. Esto, por supuesto, no será una misión sencilla para ninguna de ambas. Les demandará un colosal talento político, aderezado de una sensibilidad suprema y el tejido fino de los acuerdos esenciales, más una enorme inteligencia para visualizar una propuesta propia para conducir un país como México, complejo, enorme, multicultural y enclavado, guste o no, en una vecindad geográfica, económica y política de alta dificultad.
Será de celebrar, claro, que asuma una mujer, cualquiera de las dos que compiten por el cargo presidencial, la primera magistratura del país. Seguramente su condición femenina imprimirá una nueva forma, estilo y sobre todo inteligencia, al cargo político de mayor envergadura de México. El país entero y aun el mundo, pondrán los ojos con toda intensidad en la nueva jefa del Estado Mexicano. Sobre los hombros de ésta pesará una colosal responsabilidad, nunca antes experimentada por ninguna mujer mexicana.
Así entonces la tarea se anticipa casi ciclópea. Sea Sheinbaum o Gálvez, que cualquiera de ambas está en posibilidad de ascender al primer cargo político del país -así haya quienes ninguneen a la segunda- estará obligada a dar un nuevo rumbo a México.
Aún en el caso de la ex jefa de gobierno, será muy difícil, si no es que imposible, mantener la tensión y cisma nacional en que López Obrador ha entretenido a México. Aunque es una obviedad decirlo, es claro que Sheinbaum no es ni será López Obrador si es que llega a sucederlo. Ni condiciones del país ni personalidad podrían garantizar a Sheinbaum una gobernabilidad mínima. En caso de ganar, a Sheinbaum se le exigirá mucho más que a López Obrador. Sus márgenes de maniobra serán seguramente mucho más estrechos, y la paciencia nacional tendrá márgenes mucho menores. En este caso además no habría los “argumentos” justificativos de los que ha hecho uso de manera excesiva López Obrador para achacar al pasado todas las culpas, errores e insuficiencias. De igual forma se achicarán los márgenes de ensayo y error y aún la curva de aprendizaje. El país, al menos la mayoría, querrá y exigirá resultados menos tardados e inciertos.
Así que la ex jefa de gobierno seguramente se verá obligada a dejar de ser la sombra de López Obrador, y no tendrá ni siquiera la luna de miel que generalmente se dispensa a las o los mandatarios entrantes para hacerlo. Si incurriera en el error de acaso intentarlo, habría casi de inmediato una desilusión de sus propios electores, y ni siquiera pensar en sus adversarios que se le lanzarían de inmediato a la yugular. En pocas palabras, Sheinbaum no tendría tregua si es que llegara a correr el riesgo enorme de convertirse en un “remake” de López Obrador. Triste su suerte y la del país, si fuera el caso.
Para Gálvez tampoco sería sencillo. En el hipotético, pero no descartable escenario de un triunfo, así haya quienes por soberbia e interés, la vean ya derrotada, Gálvez tendría que acometer acciones contundentes de gobierno para hacer ver una nueva ruta, alejada por supuesto del obradorismo. El eventual triunfo de Gálvez sería de hecho la confirmación del hartazgo de amplios sectores del país con la Cuarta Transformación, y aún su progenitor. Gálvez tendría que marcar el fin del cisma nacional y de la estigmatización y exclusión de numerosos sectores, zaheridos hoy y en los últimos años por el presidente.
Es probable que Gálvez pudiera tener un cierto respiro el primer día después, y a diferencia de Sheinbaum, también podría disfrutar de un compás de espera así y éste resultara relativamente corto. Gálvez tendría además la oportunidad de la conciliación nacional y de esa forma abrir el juego político de más largo aliento a muchos más actores de la vida pública del país. Sería grave que, presionada por los partidos que la postulan, cediera a las casi inevitables pujas por la venganza.
Para ambas candidatas y aspirantes presidenciales, sería mejor un congreso opositor. Esto sería lo deseable para obligarlas a la construcción de un diálogo que permitiera una nueva época nacional, y de esta forma pudiera ponerse fin al vasallaje presidencial que hemos visto estos cinco años. La época política que se avecina en México será inédita sin duda. Ojalá y gane quien gane la presidencia nacional, veamos el necesario resurgimiento del país, más allá de la sombra de un caudillo, de un partido hegemónico con sus adláteres y de la presión de los partidos, que esta vez podrían abrir un urgente espacio para la reflexión y aún la refundación.
Una última cosa, los electores mexicanos tendremos la responsabilidad histórica y el privilegio cívico de incidir y aún determinar el nuevo escenario o mapa político que queremos para México, y antes de votar, haríamos bien en pensar, reflexionar y decidir si queremos la restauración definitiva de un sistema muy parecido, aunque bastante peor, al que imperó en México por décadas y fue relevado hace nada menos que 24 años. El tiempo y la inteligencia dirán.
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1