Emparentado con el derecho a la información y la libertad de expresión, ambos consagrados en la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos de 1917, vigente y parchada al mismo tiempo, el derecho a la verdad que debiéramos tener de manera amplia y explícita los mexicanos -una garantía humana que aunque compleja resulta imprescindible- se va haciendo casi una quimera en el emproblemado país que nos toca vivir hoy, un hecho que atiza las dificultades para impulsar y garantizar la gobernanza nacional.
Planteado por la Suprema Corte de Justicia de la nación por vez primera hace más de dos décadas en relación con la denominada masacre de Aguas Blancas que cobró 17 vidas campesinas a manos de policías del estado de Guerrero, el derecho a la verdad resulta hoy imperativo si es que los mexicanos podemos abonar y aspirar a la construcción de un estado de derecho genuino, pero además un país con certidumbre y confianza.
Viene esta reflexión a propósito de la amplia agenda de problemas nacionales, que se acumulan para dar pie a una abigarrada atmósfera nacional de descrédito, escepticismo y duda, particularmente grave porque atañe a la constitución misma del Estado mexicano, hoy empantanado por una serie de hechos y sucesos de índole económica, política y social, en donde se proyecta una espesa gama de intereses personales, facciosos, partidistas, empresariales, políticos y aún gubernamentales sin que la presunta base social, conformada por la inmensa mayoría de los ciudadanos gobernados, sepa bien a bien en dónde reside la verdad, o por lo menos en quién y quiénes es posible mantener y preservar una confiabilidad predominante que hace falta para asegurar la gobernanza nacional.
El escándalo por el huachicol fiscal que estremece a la Marina-Armada de México ya dañó la confianza en esta institución, otrora un baluarte nacional. Así, la ausencia de mecanismos institucionales suficientemente sólidos y robustos, disminuidos y prácticamente extintos en México a partir del 2018 con la
entronización de la llamada Cuarta Transformación, torna más complejo y difícil a la vez el acceso a la verdad, una que se escabulle cada vez más a los mexicanos en medio de una guerra de narrativas, nunca convincentes. La polarización, como instrumento político esencial, es una consecuencia evidente de una guerra cotidiana por la verdad, la apropiación y predominio de una narrativa que aspira a convertirse en única y absoluta en un país demasiado complejo y diverso como México, lo que fractura necesariamente cualquier intento socialmente aceptado, por más avasallante que se pretenda.
Así, vamos a la vera de un camino sembrado de dudas, sospechas, interpretaciones, creencias, ideología, que en conjunto consolida la atmósfera de descrédito social en la cual estamos inmersos. Así esto genere ganancias específicas y concretas para unos o algunos, dificulta en grado superlativo la gobernanza democrática del país, un objetivo que debiéramos compartir predominantemente.
Audaz artífice de la polarización nacional, de la república soberana de “los otros datos” y de la política unívoca de la cuarta transformación, López Obrador
proclamó en junio de 2020 que “no hay para dónde hacerse, o se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país”. Esto se convirtió en el germen de la destrucción institucional y en un abono fructífero para la tiranía despótica.
Por ello, transcurridos poco más de seis años desde aquella proclama, México cosecha hoy frutos amargos y peligrosos que derivan en buena parte de esa
política cismática que fracturó al país con ganancias para los adláteres de esa estrategia, pero con pérdidas no menores para quienes disienten, critican o se colocan en la acera de enfrente. Este cisma nacional dificulta la gobernanza y escala los problemas del país. Se trate así de minorías, México requiere de ellas por un respeto esencial y consustancial a cualquier democracia. Vea si no. México está dividido y aún roto de cara a los múltiples y graves problemas del país, en una división que nos debilita y hace vulnerables dentro y fuera de nuestra geografía. Un caso extremo, por ejemplo, es la relación con el gobierno de Donald Trump. Mientras diversos sectores del país, llegan al exceso de ver al magnate del ladrillo como la solución o al menos el remedio para
contrarrestar al gobierno de la 4T, algo que contradice la historia del país vecino y aun del nuestro, hay los que consideran que se trata de una traición a la patria y no dudan en calificarlos así. La sospecha mutua entre uno y otro bando debilita al país.
El esquema se reproduce en otros grandes temas nacionales, entre ellos el crimen, el narcotráfico, el curso de la economía, el presupuesto, la infraestructura, el modelo educativo, el papel de los militares, la seguridad pública, los hospitales y la deuda. Lo mismo ocurre con la reforma judicial, la inminente reforma electoral, la extinción de fideicomisos y hasta la diplomacia. Todos estos temas, de interés crítico para México, están envueltos en la polémica, la diatriba, el descrédito y la sospecha permanente cuando no el rechazo absoluto.
El tema de la corrupción y la calidad ética y profesional de políticos y gobernantes es punto y aparte. Esto especialmente a la luz de los casos más recientes que involucran a figuras prominentes en el ejercicio del poder público, uno que fue declarado por López Obrador ya libre de corrupción. La lista de políticos, funcionarios y ahora marinos militares enlodados por escándalos que sugieren prácticas alarmantes de corrupción e impunidad y enmascaramiento crece por estos días a través del contrabando de combustibles, el llamado huachicol fiscal.
Todo esto es sin duda un agobio mayor para la presidenta Claudia Sheinbaum, cuya actuación en la opinión y percepción de muchos la hace cómplice y
encubridora, pero para muchos otros revela la conducción de una genuina Jefa de Estado, quien se debate entre las alternativas de obrar con cabeza fría o ceder a la exigencia del golpe de timón, y aún de hacer tabla rasa de pasado.
Así, todo el país, cada segmento o sector, danza a un ritmo desacompasado en el que la melodía convoca a un sálvese quien pueda, con base en la convicción, eso sí, de que lo mejor es lo peor que se va a poner antes de que se conozca la verdad, sí acaso esto llega a suceder.
Roberto Cienfuegos Jiménez,
@RoCienfuegos1