Las cosas de Palacio van despacio. A los 53 meses de ejercer una presidencia de la república casi absoluta, Andrés
Manuel Lopez Obrador ha descubierto que el poder judicial apesta. A lo lejos, como música de fondo suena un estribillo: "tres poderes yo tenía, uno se murió de tos (covid), nada más me quedan dos, dos, dos".
Como un moderno Manelick, con la historia un poco al revés, nuestro protagonista subió de la llanura a los picachos un día, y acá en las tierras altas, "en las tierras del amo", de la mafia en el poder, "encontró cruda decepción al reclamo" de un poder que él creía fértil y suyo, y ya no pudo más; con su plebeya mañanera "se hizo justicia el ciervo". Todos enmudecieron cuando "el pastor hirsuto, la brava bestia huraña" estranguló al lobo, lo fulminó "el rayo que vibra en sus entrañas" y condenó a la hoguera al poder malvado, antes de volverse a la llanura.
53 meses en la cima del poder presidencial ha tardado en enterarse de que lo engañaban. Hasta cierto punto tiene una ventaja; la mayoría se entera tiempo después de perderlo todo, o no se enteran nunca.
El Señor Presidente aprenderá que tampoco el poder legislativo es suyo; a pesar de haber sido hecho al gusto, casi a capricho, deja mucho que desear, y al igual que el propio poder ejecutivo pasará a otras manos. El cetro, la corona, el orbe, la espada, la capa, todo se va.
Seis años de lucha tenaz, de caprichos, de intentos valiosos y atrevidos, de esfuerzo comprometido, para hacer que las cosas sean como uno quiere, para deshacer los viejos entuertos, pero, dejándose llevar por aplaudidores.
Nada se construye con caprichos ni con decretos de pureza; la triste realidad dicta que vivimos y padecemos una sociedad corrupta con todas las esferas de poder podridas, incluida la propia presidencia.
Vivimos tiempos en que el ingenio popular percibe que los cuentos de hadas por ahora se viven al revés; se cuenta que en un lejano país mataron a una hermosa princesa y que el príncipe se casó con la bruja. Acá entre nosotros se ha escrito otra historia inversa; el príncipe valiente, desafiando todos los peligros logró vencer a sus enemigos, pero 53 meses después descubre que por un embrujo él mismo los había revivido a todos y les había entregado nuevamente el poder.
Andrés Manuel y quien le siga, Marcelo Ebrard, Claudia Sheinbaum o Augusto López, tendrán que aprender que las instituciones nacionales deben ser diseñadas para funcionar ahora y a largo plazo, no sólo durante el reinado personal y efímero.
La Constitución de 1917 con sus más de 400 procesos de mutilaciones, parches y caprichos tiene que revisarse a fondo y dar paso a una constitución para nueva era; nacionalista, democrática, de bienestar social y desarrollo económico, justa, moderna, apoyada en la educación y en la tecnología.
El presidencialismo es obsoleto aunque parezca funcionarle a estados unidos, a pesar de sus pésimos presidentes, y mientras ellos no lo cambien no podemos copiarles otro modelo, como se hizo en la constitución de 1824 y después en la de 1917. El mundo civilizado ensaya sistemas parlamentarios desde hace 400 años.
El poder legislativo mexicano que no legisla ni gobierna tiene que evolucionar; tiene que ir más allá de ser el aplaudidor y legitimador de los los caprichos presidenciales.
Mientras que Poder Judicial debe abandonar su mundo de protección de poderosos y de delincuentes, y evolucionar hacia formas de administración de la justicia, transparentes, honestas, equilibradas, y no seguir bajo criterios virreinales. Los jueces de todos los niveles siguen representando la fuerza del que manda, aunque por ahora en México, el Señor Presidente acaba de descubrir que no es a él.
Los jueces tienen que ser nombrados por el pueblo, en cada lugar y ascender en las estructuras locales, estatales y federales en función de su arraigo y de su trayectoria, no por líneas de complicidad.
Para continuar la utopía, agregaré una ingenuidad que alguien me señaló alguna vez como ilusión preparatoriana; los órganos de justicia deben servir a la justicia, a la sociedad, a la nación y no sólo al poder y al dinero. El Poder Judicial tiene que ser el principal elemento de acción del Estado, es la institución que debe encarnar al Estado, debe ser la garantía de equilibrio entre fuertes y débiles.
Después de la preparatoria se pierden los ideales de justicia y de democracia griegos.
En México no existe la justicia, todo está en función del dinero. Ningún pobre recibe justicia si no la puede pagar.
Algunos de estos puntos están desarrollados en mi proyecto de iniciativa de ley para una nueva constitución de los estados unidos mexicanos. Nadie la ha descubierto. Tal vez ahora que el mal olor de las cortes inunda el país pueda pasar algo.
A final de cuentas la fiesta no se ha acabado. Amlo sabe que no tiene los votos suficientes para modificar la constitución y por ello, ha iniciado ya el llamado a votar por los candidatos de morena a diputados y senadores, para lograr la mayoría necesaria en la siguiente legislatura. Si nos obligamos a interpretar correctamente, "lo que el presidente quiso decir", significa que, como en otro viejo cuentecito, "este era un gato con los pies de trapo..."
arturo salcido beltrán
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*diputado federal por el partido comunista mexicano, 1979-82.
*presidente del colegio nacional de economistas, 1989-92.
*director de publicaciones del instituto politécnico nacional, 2001-10.
*director de ciencias del mar de la secretaría de educación publica, 1992-95.
*director de programación y presupuesto del ipn, 1985-92.
*coordinador de las escuelas de ciencias sociales del ipn, 1979.
*autor del proyecto de iniciativa de ley, nueva constitución política de los estados unidos mexicanos.
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*diputado federal por el partido comunista mexicano, 1979-82.
*presidente del colegio nacional de economistas, 1989-92.
*director de publicaciones del instituto politécnico nacional, 2001-10.
*director de ciencias del mar de la secretaría de educación publica, 1992-95.
*director de programación y presupuesto del ipn, 1985-92.
*coordinador de las escuelas de ciencias sociales del ipn, 1979.
*autor del proyecto de iniciativa de ley, nueva constitución política de los estados unidos mexicanos.