Columna ALGO MÁS QUE PALABRAS
El entorno no puede ser más desolador. La circunstancia de que muchos hechos delictivos, contrarios a la propia naturaleza humana, queden impunes, es un síntoma preocupante del grave deterioro moral que padecemos. En ocasiones, la opresión de los buenos ciudadanos
es tan cruel, y el nivel de violencia contra los que reclaman verdad y justicia es tan horrendo, que nos quedamos sin palabras. Sea como fuere, no podemos permanecer bajo la indiferencia, hemos de ser solidarios, actuando en común con valentía, sobre todo en entornos peligrosos. Es hora de invertir mucho más en sosiego, salvando vidas, protegiendo a los niños en los conflictos armados, facilitando el diálogo entre diferentes etnias en aras de su reconciliación, asegurándonos de que Naciones Unidas llega a donde nadie más puede ir y efectuando patrullas. Por consiguiente, la gratitud debe acompañarnos de por vida, y en el Día Internacional del Personal de Paz de la ONU (29 de mayo), quizás tengamos que hacer memoria y recapacitar, sobre aquellas gentes que han sacrificado su propia existencia, por poner armonía donde crece el odio y la venganza, promoviendo los derechos humanos y el estado de derecho. Ojalá, como ellos, trabajemos por la justicia, o lo que es lo mismo, abracemos la verdad.
En consecuencia, ahora más que nunca es vital que continuemos vigilantes y hagamos justicia en un mundo tan corrupto como desigual, a la vez que mejoremos la financiación, la capacitación y el equipo, puesto que las necesidades crecen mucho más rápidamente que los recursos. Los Estados, desde luego, deben prestar mucha más atención y estar más vigilantes para que no existan espacios impunes ante tantos abusos, explotaciones y merma de la dignidad de la persona. Bajo esta situación tan salvaje, hay que ser compasivo, y realizar gestos de unión y unidad, sobre todo con los que se hallan en un estado de sometimiento. Las derrotas llegan cuando la movilización adquiere una dimensión comparable al fenómeno ilícito, y el acusado de cometer algún delito en particular, recibe una condena por transgredir la ley. Evidentemente, la honestidad no puede tener diversas mediciones, cuando menos para que la arbitrariedad deje de estar asociada a gentes de poder o de gran patrimonio. Sin duda, entre todos deberíamos encontrar mecanismos suficientes que garantizasen equidad para las víctimas de tantos atropellos mundanos, pues para que tengamos quietud, mal que nos pese, lo prioritario es luchar por la rectitud.
Muchas veces lo he escrito, es la hora de la acción reconciliadora, pero sin obviar la rendición de cuentas, ya no sólo como una cuestión legal, sino que también cumple con el propósito de reivindicar a los mártires y de transformar a la sociedad hacia otro espíritu más respetuoso con la propia vida. En este sentido, no podemos poner en duda, la historia de las actividades de la ONU para el mantenimiento de un orden más ecuánime, la heroicidad de su personal, siempre dispuesto al auxilio de la gente, a veces en algunos de los conflictos más destructivos del mundo, afianzando las alianzas y la cooperación entre todos. Al recordar a estos héroes de la concordia como referentes para el cambio, como fuerza para el futuro, se me ocurre pensar en ese grupo de expertos de Naciones Unidas que condenó recientemente el brutal asesinato de Miriam Rodríguez Martínez, una madre que impulsó la creación del Colectivo de Personas Desaparecidas en Tamaulipas, luego de que su propia hija desapareciera en marzo de 2014. Desgraciadamente, podría citar muchos más casos, puesto que el mundo cosecha una multitud de escenarios tan inhumanos como bochornosos. Por eso, si la justicia existe, nadie puede ser excluido. Luego, ya veremos si hay que ponerle un poco de clemencia, acorde con el arrepentimiento.
Bajo este contexto de inseguridades, quienes tienen una responsabilidad tan grande como la de aplicar la ley, con la cautela necesaria en la aplicación de la pena, y hacerla cumplir, desde el instante que el no hacerlo pone en peligro vidas humanas. De ahí, la necesidad de hacer justicia, de atender los derechos de los torturados, a los que es cada día más complicado asistir, ya que también los ataques contra trabajadores de la salud y centros hospitalarios continúan produciéndose a un ritmo verdaderamente alarmante. Al final, cuando todo es permisivo, es difícil concertar nada, pues todo termina por hundirse en el abismo. Únicamente, a través del cumplimiento de las obligaciones, que se derivan del deber general del Estado de respetar y hacer respetar los derechos humanos, se puede asegurar un ambiente armónico. De lo contrario, estaremos incitando a la venganza, guardando y resguardando las heridas abiertas. Sus nefastas consecuencias, del ojo por ojo y diente por diente, ya las conocemos.
Indudablemente, somos gente que hemos de vivir en comunidad, organizados, con normas de convivencia, cuya libre violación requiere siempre una respuesta contundente y adecuada a lo llevado a término. A propósito, el escritor británico William Somerset Maugham (1874-1965), solía decir, que" en su lucha contra el individuo, la sociedad tiene tres armas: ley, opinión pública y conciencia". En efecto, si la ley es una necesidad, la opinión pública ha de sentirse libre también, y en relación a ello, el plan de acción de las Naciones Unidas sobre la seguridad de los periodistas y la cuestión de impunidad, es tajante: "Cada periodista asesinado o neutralizado por el terror es un observador menos de la condición humana, cada ataque deforma la realidad al crear un clima de miedo y autocensura". Lo mismo sucede con la conciencia, una vez adoctrinados, perdemos el mejor libro de moral que cada cual llevamos consigo interiormente.
Confinada la ecuanimidad de nuestro horizonte, fenece también todo sentido natural y la misma libertad del ser humano, que está unida al raciocinio y vive por ella. Ahora bien, si en verdad queremos sustentar y sostener el compromiso de luchar por alcanzar la meta establecida en la Carta de las Naciones Unidas: "preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra", tenemos que activar la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que es suyo, ya sea para alcanzar la justicia social, ya sea para pertenecer a una sociedad verdaderamente humanizada y humanista. Recuperar la conexión de la justicia con la verdad es hoy aún más preciso, justamente por la crisis de autenticidad en que nos hallamos. La falsedad se ha convertido en un diario de vida. Cualquier persona que ame la certeza y el orden, trabaja por la justicia, pero desde un ángulo humilde, nunca endiosado, pues lo importante es la plática con todos y la mano tendida y extendida siempre.
Triste época la nuestra en la que muy pocas personas hablan de verdad. Hay armas para todas partes y nadie se siente seguro. En lugar de estar trabajando por la justicia, las sociedades se sumergen en las mayores injusticias, aumentando el caos. No podemos ignorar estos desórdenes y estos calvarios de muchos. ¡Es hora de decir basta!. Es la ocasión de desarrollar una verdadera cultura de estado de derecho, pero también es la oportunidad de que la verdad en verdad nos cohabite, y aquí no puede haber matices, sino vamos a seguir siendo engañados por lo aparente, y nunca las apariencias fueron buenas consejeras. A lo mejor tenemos que ser más humanos antes de ser justos. O practicar más entre nosotros el vínculo de la amistad. ¿Quién lo sabe?. La última palabra siempre se la dejo para el lector.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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21 de mayo de 2017.-