Llega el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, y en la UNAM sigue sin haber una posición clara y oficial sobre Eduardo López Betancourt, el
expresidente del Tribunal Universitario y primer alto funcionario de la institución sujeto a un proceso penal por violencia de género.
Lo único que la Universidad encabezada por Enrique Graue ha hecho en este, un caso emblemático, es reconocer y dar posesión a Everardo Moreno Cruz como nuevo presidente del Tribunal Universitario. Pero ese reconocimiento derivó de una acción emprendida por el Consejo Técnico de la Facultad de Derecho que expulsó a Eduardo López Betancourt, mas no de un acto voluntario de la institución universitaria o de su rector. Resulta que por una curiosidad, la Legislación Universitaria establece que la Presidencia del Tribunal Universitario corresponde al Decano (el integrante con mayor antigüedad) del Consejo Técnico de la Facultad de Derecho. Cuando ese Consejo expulsó de sus filas a López Betancourt, perdió su condición de decano y su derecho a encabezar el Tribunal Universitario. Así, fue la acción de ese cuerpo colegiado de una sola facultad de la UNAM, y no la decisión del rector, la que sacó del Tribunal al maestro acusado y procesado por acoso.
La pregunta en el campus, y fuera de él porque este caso ha trascendido, por mucho, las fronteras de la vida universitaria, es: ¿Qué clase de relación une al rector Enrique Graue, con un personaje de la fama de Eduardo López Betancourt, para que el médico decidiera guardar silencio ante un escándalo que regreso a la UNAM al centro del debate sobre la violencia contra las mujeres?
Meses antes de que este conflicto con la alumna Lourdes Ojeda estallara, López Betancourt se enfrascó en una lucha que enlodó a la UNAM al decidir participar, como abogado pero también como promotor político, en la fallida campaña de Félix Salgado Macedonio al gobierno de Guerrero. El entonces presidente del Tribunal Universitario y profesor de tiempo completo, intervenía como orador en los mítines de campaña del candidato morenista acusado de violación por más de una mujer. Ese antecedente volvió absolutamente creíbles las acusaciones en contra del académico, cuando estas se hicieron públicas. ¿Por qué el rector le permitió a su colaborador hacer campaña política en Guerrero, cuando estaba obligado a pasar su tiempo impartiendo clases en línea? Es evidente que profesores y funcionarios universitarios tienen derechos políticos como cualquier ciudadano, pero en los días y las horas de clase están obligados a trabajar para la universidad que les paga ¿Por qué entonces Graue permitió que el nombre de la UNAM se enlazara a la disputa político partidista, con un candidato de tan cuestionable fama pública como Salgado Macedonio? ¿Qué le sabe López Betancourt al Dr. Graue para que el rector le haya tolerado tanto?
Por si esa permisividad para con López Betancourt no fuera suficiente, ahora no han faltado quienes recuerden que, contra la opinión de sus colaboradores más cercanos, hace apenas unos meses el propio Enrique Graue firmó, a nombre de la UNAM, la carta de postulación de López Betancourt como candidato a recibir la medalla Sentimientos de la Nación, que otorga anualmente el Congreso de Guerrero. Con esa postulación, hecha en papel membretado de la UNAM y firmada por su rector, no hay duda del apoyo irrestricto de Enrique Graue al abogado Eduardo López Betancourt.
Para coronar todas esas conductas que sugieren algo más que amistad, primero estuvo la cerrazón de Graue ante las quejas de la alumna víctima, Lourdes Ojeda, quien ha denunciado haber recurrido, sin siquiera ser recibida, tanto a la Rectoría como a la oficina de la entonces abogada general de la UNAM, Mónica González Contró, como primeras ventanillas en busca de apoyo frente a su agresor. Después vino el silencio cómplice del Rector cuando el escándalo estalló en los medios de comunicación y, finalmente, un boletín de la UNAM altamente incriminatorio, con el que Graue negó que la universidad o sus dependencias conociera del problema, solo para ser desmentido horas después por la propia denunciante, quien exhibió el documento de la Defensoría de la Derechos Universitarios que le recomendaba acudir al mismo tribunal que López Betancourt encabezaba, para demandar justicia.
El rector Enrique Graue está atrapado y sin salida. Por donde se le analice, su rectorado ya se pudrió. Tiene dos años por delante en la UNAM y aunque los concluya, si es que logra hacerlo, su legado ya quedó definido: la apología del acoso. Es el primer rector de la UNUAM al que se le comprueba que protegió y promovió, activamente, a un funcionario de alto nivel y profesor de tiempo completo, acusado y procesado por acoso sexual. Para colmo, Graue lo hizo justo en los tiempos en que la violencia de género es el más urgente de los problemas sociales que la UNAM tiene por atender. Lo hizo, además, mientras él mismo promovía un supuesto nuevo protocolo contra la violencia de Género y le prometía a las mujeres universitarias acciones contundentes para frenar y erradicar el acoso. Todo eso quedó en un discurso hueco, carente de credibilidad y que ahora, a la vuelta de las actividades presenciales, vaticina un nuevo ciclo de conflictos internos en la institución, pues a las universitarias les sobran razones para sentirse agraviadas y para no volver a confiar su seguridad a un rector que pasará a la historia de la UNAM como el protector de un acosador.