Dejar a un lado los asuntos personales es un propósito que todos los políticos, mujeres y hombres,
se imponen como regla, pero que ninguno logra cumplir. Claudia Sheinbaum y Rosario Robles, dos mujeres de la política formadas en la izquierda universitaria de los años ochenta, son ejemplo de eso y además comparten justo la misma debilidad: enredar su proyecto profesional con su corazón y enamorarse de prometedores niños ricos, o exitosos hombres de negocios, que acaban arrastrándolas a las más turbulentas y controvertidas aventuras, en detrimento de su imagen, de su consolidación profesional y, por supuesto, de su proyecto.
Todos conocen la historia de Rosario, quien en la cúspide de su carrera política se enamoró de Carlos Ahumada, el exitoso y adinerado, pero ambicioso empresario argentino, ligado a escandalosos actos de corrupción y de financiamiento a López Obrador por conducto del señor de las ligas. El impacto negativo de esa relación afectó la carrera política de Robles, pero también el desarrollo de la política mexicana durante el sexenio de la primera alternancia.
Robles y Sheinbaum no solo tienen debilidad por los granujas, han tenido debilidad por los mismos granujas. Cuando los videoescándalos estallaron, Sheinbaum era la esposa de Carlos Imaz, quien además de delegado en Tlalpan era también el niño consentido, cuidado y aleccionado desde los años del CEU, por la maestra Robles Berlanga. Ella lo cuidó y lo hizo, primero dirigente del PRD-DF y después jefe Delegacional, además de haberlo protegido del clan Bejarano-Padierna. Si Imaz pudo llegar a la oficina de Ahumada, el novio de Robles, a pedir su tajada, fue precisamente porque Rosario lo llevó y lo recomendó. Por eso, los beneficios de ser tocado por el dinero del argentino, también se los debía a Robles.
Así como Rosario perdió la cabeza por el audaz y ambicioso Ahumada, cuando apenas era estudiante, Sheinbaum se enamoró de su dirigente: un niño rico, al menos eso aparentaba, que jugaba a hacer la Revolución en la UNAM de los años ochenta mientras hacía las delicias de muchas, no de todas, jóvenes universitarias, alumnas y maestras que lo veían como una especie de Quetzalcóatl renacido, llegado al campus de CU desde la madre patria, encarnada en las aulas del Colegio Madrid. Audaz, irreverente, articulado, de izquierda, de familia acomodada pero comprometido, al menos en el discurso, a luchar por la gratuidad educativa en beneficio de los más pobres. Ese era Carlos Imaz, el sueño de Sheinbaum y, al mismo tiempo, el niño consentido de Robles.
Cuando Rosario y Ahumada rompieron lanzas con el perredismo y circularon los videos de René Bejarano y Ramón Sosamontes, recibiendo del empresario sobornos, en efectivo, solo pasaron unas semanas para saber que Carlos Imaz también estaba grabado recibiendo dólares sucios. Lo peor es que su esposa, Claudia Sheinbaum, lo sabía porque ella misma se lo confesó al entonces jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, cuando este preguntó a sus colaboradores si había alguien más grabado en esa misma situación.
Rosario Robles perdió la cabeza por un hampón con cara de hombre brillante y exitoso que engañó, pero también compró, a mucha gente. Claudia Sheinbaum hizo lo mismo con Carlos Imaz, quien engatusó a muchos universitarios, además de ella, al presentarse como el defensor de la gratuidad educativa, para años después revelarse como un político centavero y corriente, que recibía efectivo de empresarios corruptos, y alegaba que lo usaría para llevar de paseo a su esposa e hijos.
Dicen que el ser humano es el único animal que comete dos veces el mismo error, o como sostiene algún refrán: “se tropieza dos veces con la misma piedra”. Sheinbaum, divorciada hace cuatro años, de un bon vivant, corrupto y manipulador, confeso y condenado: Carlos Imaz Gispert, acaba de anunciar, hace un par de semanas en el programa para señoras de Martha Debayle, su próximo matrimonio con otro hombre de sus años universitarios: Jesús María Tarriba.
Claudia puede hacer con su vida privada lo que guste. Su único problema es ser la corcholata favorita del presidente y, apenas anunció su próximo matrimonio, empezaron las investigaciones sobre su actual pareja. Por lo pronto se ha hecho pública información que coloca al futuro consorte en una posición muy delicada. Afirmaciones hasta ahora no desmentidas correctamente, con datos duros, nombres y apellidos, señalan que Tarriba ha sido presuntamente lavador de dinero para grupos delictivos tan importantes, como el de Amado Carrillo Fuentes, que tiene un expediente muy gordo en la DEA y en el Departamento de Estado norteamericano, y que sus nexos con las mafias van más allá del señor de los cielos.
Parece increíble, pero hoy la pregunta que ronda el ambiente es: ¿Por qué necesita Sheinbaum seguir los pasos de Rosario Robles Berlanga? Ambas tuvieron vínculos muy estrechos con Imaz y Ahumada. ¿Por qué, con ese antecedente, meter la cabeza en las fauces del león? ¿Qué tiene que demostrar la Jefa de Gobierno? ¿Por qué arriesgarse a seguir el camino de Robles? ¿Es el amor, o es el amor al dinero? ¿Ese es el único camino? ¿Por qué involucrarse con alguien señalado, no solo de recibir sobornos, también de lavar dinero para grupos delictivos?
A fin de cuentas, el amor y el dinero son como el petate y las buenas noches.