Ya que finalmente hay convocatoria para la elección del próximo rector de la UNAM y que la Junta de Gobierno toma el
control del proceso, es oportuno advertir que, si algo ha sorprendido de la lista, todavía informal, de candidatos a suceder a Enrique Graue, manejada en los medios y promovida desde la oficina de Comunicación Social la Rectoría, es la predominancia casi absoluta de empleados del propio rector.
Patricia Dávila, Guadalupe Valencia, Leonardo Lomelí, Imanol Ordorika, William Lee y Luis Álvarez Icaza, todos son funcionarios de la universidad, designados por Graue. Aunque los cargos de algunos sean relevantes, ninguno de ellos es hoy una autoridad universitaria surgida de una comparecencia ante la Junta de Gobierno y de una votación de ésta. Todos en cambio, le deben su puesto, su posición y por ende la plataforma desde la que aspiran a convertirse en rectora o rector, al mismo hombre al que pretenden suceder.
En consecuencia, ninguno de los precandidatos a la Rectoría que aparece en las numerosas entrevistas y análisis que han comenzado a surgir, de forma nada espontánea, en amplios textos periodísticos, tiene una comunidad académica que hoy los respalde directamente. Prácticamente todos los candidatos conocidos trabajan en la Torre de Rectoría y, por supuesto, todos son miembros de la burocracia universitaria. Todos forman parte de lo que, peyorativamente, desde la conferencia presidencial mañanera y la 4T, se ha bautizado como La Casta Dorada .
Leonardo Lomelí fue director de la Facultad de Economía, pero dejó ese cargo en 2016, hace casi ocho años, para acompañar a Graue como secretario general de la UNAM.
Patricia Dávila fue directora de la Facultad de Estudios Superiores Iztacala hasta 2020, pero terminó su encargo y se integró al equipo de Graue desde 2020, primero como Coordinadora de Estudios de Posgrado y después como secretaria de Desarrollo Institucional. Lleva tres años trabajando para Graue.
William Lee fue director del Instituto de Astronomía, pero terminó su encargo en 2015 y, desde diciembre de ese año, fue nombrado por Enrique Graue, coordinador de Investigación Científica. Tiene casi ocho años trabajando para el rector, en su equipo.
Luis Álvarez Icaza , actual secretario administrativo de la UNAM, fue director del Instituto de Ingeniería, pero terminó su encargo en 2020 para sumarse al equipo de Graue, como el hombre del manejo presupuestal.
Guadalupe Valencia es coordinadora de Humanidades de la UNAM desde diciembre de 2019, por designación del rector Graue. Antes fue directora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, otro cargo que obtuvo, también, por designación del rector.
Imanol Ordorika es el director general de Evaluación Institucional. Colaboró con los rectores Juan Ramón de la Fuente, José Narro y Enrique Graue, siempre en cargos de designación. No ha dejado de trabajar para la UNAM desde 1992, pero nunca ha dirigido una comunidad académica, siempre ha sido un funcionario con plaza de investigador de tiempo completo, y miembro de la casta dorada, designado o ratificado, por el rector en turno, hoy Enrique Graue.
Todos, Lomelí, Dávila, Lee, Alvarez Icaza, Valencia y hasta Ordorika, tienen experiencia y largos años de servicio en la UNAM. Sin embargo, todos hoy le deben el cargo que ocupan y la plataforma desde la que aspiran a la Rectoría, a Enrique Graue; justo el hombre al que pretenden suceder.
Así, la sucesión que arranca en la UNAM, con ese grupo de candidatos, todos ellos integrantes del equipo del rector saliente, hace recordar inevitablemente a las sucesiones presidenciales de la época priista, en las que solo competían y participaban los integrantes del gabinete presidencial, sin abrir espacio para otros personajes que, desde alguna gubernatura, senaduría o diputación, tuvieran además de experiencia política, la legitimidad de un cargo de elección popular respaldado por votos, obtenidos en las urnas, que los respaldara.
Esta peculiar “coincidencia” entre esta sucesión en la UNAM y las de tiempos priistas, obliga a preguntarse hasta qué punto el proceso, responsabilidad de la Junta de Gobierno, esta siendo copado por el rector Graue, en lo que parece un intento por asegurar continuidad, al acaparar la competencia con candidatos que trabaja para él, dependen de él y, por lo tanto, son de él, como parte de su propio equipo.
Ahora que ha tomado el control del proceso, la Junta de Gobierno de la UNAM seguramente corregirá esta distorsión, pues un proceso de renovación de la Rectoría en el que predominan como candidatos, los colaboradores y empleados del actual rector, podría ser señalado por falta de legitimidad. Eso, definitivamente no le conviene a la UNAM.