Un grito silencioso, un reclamo desesperado y una esperanza incumplida es la demanda de los
trabajadores de los Servicios de Salud. La contingencia nos enfrenta a todos ante una experiencia nueva e inimaginable, los médicos y enfermeras acostumbrados a convivir día a día con la muerte, que en algunos casos les ha hecho insensibles al dolor ajeno, familiarizados con su trabajo diario, satisfechos de su labor en una jornada de trabajo, regresaban regularmente con la satisfacción del deber cumplido, podían sustraerse a sus responsabilidades y convivir con sus familias, hasta cierto punto todo era tranquilidad, era la vida cotidiana.
Hoy la adversidad les ha cambiado la vida como a todos, pero a ellos particularmente más. Ya no pueden regresar a sus hogares con la misma alegría y la misma confianza, saben que el enemigo puede estar acechando cualquier descuido para contagiarles o para ser portadores mortales para llevar al asesino a su hogar, debe ser terriblemente angustiante saber que un error, un olvido, les puede costar la vida o a las de sus seres queridos. Cuantos de ellos, soñadores altruistas que estudiaron sabiendo que tendrían las herramientas para combatir con la muerte, en juego mortal donde a veces – las más – le ganan, otras pierden, pero ahora, la muerte llega sin miramientos, traicionera, cobarde y descarnada, asesina se mete sin contemplaciones, descortés como es siempre la muerte.
Médicos y enfermeros, afanadores, personal en general cumplen con su labor diaria, aterrados, apanicados y sin embargo tienen que reponerse, simular no tener miedo, y no por ellos finalmente, sino por el riesgo de contagio a sus seres queridos, se encuentran en la disyuntiva de cumplir con su profesión, esa, a la que han dedicado horas de esfuerzo y desvelo toda su vida, desvelos desde los tiempos de universidad y en las guardias y en su trabajo diario, el personal de salud, hoy a marchas forzadas con el temor de perder la batalla con sus pacientes y más, perder la batalla como muchos otros en todo el mundo, con el riesgo de perder su vida. Y como jinete del apocalipsis, la ingratitud montada en el corcel de la ignorancia les acecha en el retorno a sus casas, en esa parte de la sociedad ignorante que les desprecia y esquiva, sin reconocer su esfuerzo. Ellos hacen su trabajo, mientras los responsables, las autoridades retrógradas, criminales, tardaron en prevenir lo que todos veíamos venir, sin equipo sin herramientas para la lucha por la vida les regatean lo más esencial para protegerles y ayudarles a hacer su trabajo.
Todos los médicos, enfermeros, afanadores, todos tienen nuestro reconocimiento, gratitud y respeto.
Mientras el Consejo de Salubridad General, ese mismo consejo disuelto a la llegada del régimen actual, en un torpe recorte presupuestal que apresuradamente revivieron sin invitar a todos sus integrantes, entre ellos a la UNAM – que afortunadamente se deslindó y aclaró – que no fue convocada, emiten lineamientos para privilegiar la vida de los jóvenes, a costa de las vidas de los ancianos, pateando el derecho a la salud consagrado en la constitución, obligando a los médicos a violar su juramento de Hipócrates de privilegiar la vida, por la falta de previsión de no contar con ventiladores suficientes y a tiempo.
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@Eduardo Sadot