“La distancia entre los dos es cada vez más grande. De tu amor y de mi amor no está quedando nada”. Cito el estribillo del popular tema musical “La retirada” porque me parece que refleja en forma cabal la creciente distancia que
caracteriza la relación entre los gobernantes y los gobernados en México.
Lástima que sea así. Estropea de entrada cualquier proyecto nacional porque en los terrenos de la desconfianza, el encono y la duda poco o prácticamente nada puede construirse en México y/o en cualquier país.
El fondo de esta distancia o “retirada” está lleno de cosas y situaciones negativas. En el fondo subyace el descrédito y aún la traición de la clase política en general a los gobernados, que cada vez menos creen –creemos- en quienes nos gobiernan o dicen hacerlo. Es una lástima porque tampoco es posible gobernar en medio de un clima de tanta duda, incredulidad, escepticismo y aún rechazo.
La tarea de construir un país se agiganta en estas circunstancias. Por un lado, los gobernantes se aíslan, se ocultan, desaparecen, desempeñan un papel –en el mejor de los casos- huidizo, cargado de temor si acaso, pendientes de medir más el grado de rechazo de sus acciones o políticas si así se les quiere llamar. Saben que se les vigila porque la gente, el gobernado, descree, duda, sospecha siempre.
Por el lado del gobernado, éste actúa a la defensiva, reacio, rebelde, resignado si acaso, una actitud ésta última que tampoco ayuda. Cree que cualquier acción gubernamental, del nivel que sea, será ejecutada en su contra, para perjudicarlo. Véase el caso emblemático de la reforma educativa, la llamada madre de todas las reformas peñistas.
Aurelio Nuño, el flamante titular de Educación, se ha empeñado en las semanas que lleva al relevo de Emilio Chuayffett en negar que esta iniciativa tenga como propósito lesionar o afectar al magisterio nacional. Nuño ha endurecido el discurso y, peor aún, la acción como parte de un doble propósito -hasta ahora fallido, sin embargo- de convencer a los maestros y al mismo tiempo de someterlos por la vía de la ley, en la que tampoco se cree mayoritariamente en México.
Lo mismo ocurre con reformas como la energética. Aun suponiendo –sin conceder para estar a tono- que pudiera ser positiva para el país, la mayoría de los mexicanos la ven con escepticismo e incluso suponen que se trata de un engaño más del gobierno.
Los gobernados tampoco creen en la buena fe de los gobernantes. Lo peor es que tienen argumentos bastantes para dudar de quienes desempeñan la función pública. Casos como La Casa Blanca, la casa de Malinalco o los intereses del titular de Energía en el sector que encabeza, por no mencionar los escándalos que alguna vez y también ahora han empañado la actuación de la hoy titular de la Sedatu, Rosario Robles, abonan al descrédito público generalizado.
Tampoco se cree en la inocencia de los militares y mucho menos de los policías, agentes ministeriales, magistrados y jueces de México, en cualquier episodio que los vincule.
El descrédito se ahonda con escándalos como la casa de siete millones de dólares del gobernador de Oaxaca, Gabino Cué, y aún mueven a sospecha nacional episodios tan infaustos y graves como el tiroteo contra el ex gobernador de Colima, Fernando Moreno.
¿Quién cree por ejemplo en la inocencia del ex gobernador de Guerrero, Angel Heladio Aguirre? ¿O en la honestidad de Rodrigo Medina o de Guillermo Padres? Por sólo citar algunos casos de una extensa lista.
“La distancia entre los dos es cada vez más grande”, ¿o no? Fin
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