Los mataron y luego les prendieron fuego

SINGLADURA

Los mataron y luego les prendieron fuego. Esa es la triste y cruel historia final de los hermanos Copado Molina, el par de encuestadores muertos  en Ajalpan, Puebla. Se resume fácil  este nuevo capítulo de barbarie ciudadana que debiera llamar, al menos por una vez, la atención de todos los mexicanos y más aún de quienes ostentan cargos de responsabilidad pública.


Ni las cinco detenciones registradas al momento de escribir estas líneas ni los 30 sospechosos de participar en estos deleznables hechos bastarán para saldar semejante deuda social y, peor aún, la responsabilidad pública y aún personal de las autoridades directamente implicadas en un hecho tan trágico como el ocurrido en esa población de  la selva negra poblana el lunes último.
Una conjunción de factores, todos ellos graves,  coincidieron para que una turba enardecida y/o temerosa, hastiada e ignorante perpetrara el par de asesinatos de dos hombres que solo hacían un trabajo a cambio de unos cuantos pesos con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida.
¿Cuál de estos factores pesó más?  Difícil precisarlo en una primera ponderación de los hechos. Apunto al  hartazgo de la gente con la impunidad criminal que impera en todo el país. La mayoría de  la población sabe que en México pasa todo y no pasa nada. Sabe que se delinque sin castigo en prácticamente todos los ámbitos y esferas del país. Está convencida de que en México el crimen si paga y extraordinariamente bien. Conoce porque lo registra cotidianamente que a los ladrones de les llama señores, se les adula y se les obedece por las razones o motivos que sean.
La población también sabe que la mayoría de las veces el delincuente es más respetado que al humilde ciudadano honrado o afanoso. La cultura popular mexicana endiosa más al señor del billete y el poder que al ciudadano esforzado y pobre. Se recuerdan las tristes y lamentablemente proverbiales palabras del profesor Hank, según las cuales “un político pobre es un pobre político” . O las de la usanza popular que veneran más al cabrón que al pendejo.
En México se dice con frecuencia: de la cárcel salgo, del hoyo ya no, otra de las consejas populares que refiere la predilección estereotipada por  una sagacidad  perniciosa.
Se sabe igualmente que en Ajalpan, una más de las zonas deprimidas cultural y económicamente del país, se corrieron versiones –desconozco si intencionadamente o no- para infundir  temor, uno de los motores del accionar humano.