París

SINGLADURA

La jornada de terror que sacudió a París hace cinco días abre demasiadas preguntas apenas contenidas la sorpresa, la indignación y el dolor que semejantes hechos dejaron para Francia y el mundo occidental. 

En una primera declaración, el Papa Francisco juzgó que la serie de atentados en la capital francesa fueron todo menos humanos.  Pero lo paradójico es que esos hechos, atroces, despiadados, criminales, son inherentemente humanos, salvo que el Sumo Pontífice aluda al episodio como uno desde el punto de vista ético y en consecuencia contrario a lo que juzgamos una naturaleza esencialmente humana. 

Pero después de todo es un hecho que los seres humanos en general incurren –incurrimos-  en conductas deleznables, y también sublimes. Es condición humana. Ni ángeles ni demonios podemos resumir. Si acaso una conjunción de conductas, tiempo y contexto, aun si quisiéramos verla a partir de la deontología.

Es cierto. Murieron civiles inocentes. Otros quedaron gravemente lesionados y/o heridos en los hechos del viernes.  Lo inmediato sería plantear ¿por qué ellos? ¿Qué responsabilidad culpa o injerencia tuvieron? ¿Lo merecían? Por supuesto que no. Nadie podría en su sano juicio imaginar lo contrario. Ninguna ideología, estrategia, táctica o interés justifican desde ningún punto de vista muertes tan atroces e innecesarias. El odio como telón de fondo resulta quizá el único motor de semejantes hechos. Qué atroz. ¿Por qué tanto odio? 

Del otro lado, los virtuales kamikazes podrían haber encontrado reposo eterno en calidad de mártires a su causa. Cesó, se saldó el odio, la razón –cualquiera  que hayan esgrimido- se consumó en la muerte. Impensable si acaso en cualquier mente sana, podría decirse.

Pero ¿qué hay atrás de estos trágicos acontecimientos que cobraron  hasta ahora casi centenar y medio de vidas y dejaron en vilo una cifra cercana a las 400? Los intereses supremos del estado francés, primero en incursionar militarmente en Siria, un genuino reservorio de gas a escala mundial, que se disputan las metrópolis de ayer y las de hoy –Rusia. China, Estados Unidos, la Gran Bretaña.

La historia es antigua. Primero los intereses, en este caso energéticos, luego la moral y la decencia humana –esa que alude el Papa.

Francia ya dispuso a través de su presidente socialista –paradojas de la vida otra vez- Francois Hollande, una respuesta “despiadada” como se espera y corresponde a una potencia militar.

La cadena de odio seguirá. No importa que cueste muchas más vidas. Eso es secundario en el mundo global y de la lucha de las hegemonías múltiples que impera. Así fue antes, así es hoy. 

¿Cabría algún grado de razón al mandatario sirio, Bashar Al Assad, cuando soltó casi temerario la frase de “"Francia conoció ayer lo que vivimos en Siria desde hace cinco años?".

¿A quién le importa escuchar al otro? Después de todo se habla de Francia. (fin)

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