Brinca la liebre. ¡Ahora resulta que algunos panistas se oponen a la tan —de por sí—, llevada y traída Reforma Política del Distrito Federal! Como si desde la Ciudad de México, siempre prestadora del servicio como DF, los ciudadanos capitalinos no se merezcan una
Constitución propia, luego de más de casi dos siglos de cerrazón, tanto de liberales como —sobre todo— de conservadores, así como la eliminación de todas las cadenas y el injerencismo de un presidencialismo que ha sometiendo a la capital del país con grilletes que penden de intereses políticos y los propios del sistema político mexicano.
O sea: súmese a lo que ya está maniatado, controlado por Presidencia y los priistas, en la integración del Congreso Constituyente donde del 40% designado fácilmente alcanzarán amplia mayoría del otro 60% —con sus candidatos de partido— para aprobar lo que quieran en esa suerte de Constitución híbrida, sui géneris y especialmente deslucida, el canto de las sirenas particularmente de algunos senadores del PAN.
La primera pregunta es —más allá de las determinaciones de maquillaje que trae la propuesta aprobada finalmente por el Senado—: ¿Acaso el Distrito Federal no ha sido siempre (adiós al referente imperial) “la muy noble, insigne y leal Ciudad de México”?, que no le niega nada a ningún visitante, o migrante de cualquier estado de la República cuando así lo decide y llega a habitarla?
¿Quién es capaz de negar esa cerrazón del presidencialismo, a otorgarle siempre y reconocerle derechos plenos, a sus habitantes? No es tiempo ya de liberar del peso a la Ciudad, no de ser el referente DF, sino de los costos económicos, políticos y también sociales, que por décadas ha puesto simplemente para la manutención de las oficinas federales?
¿Por qué la postura es el “no” de algunos legisladores del PAN? ¿Por qué hacen propaganda con los legisladores de los estados para el rechazo de dicha reforma? ¿Por qué negarle la financiación de servicios como la educación (los 31 mil millones para el 2016) y la salud, si acá no solo se atiende a los capitalinos sino a todo aquél ciudadano de cualquier estado de la República que lo requiere y no le niega ningún servicio? ¿Por qué estar contra el fondo de Capitalidad (por el monto de los 4 mil millones de pesos para 2016) y para la UACM (por otros 150 millones), así como la fijación del techo de endeudamiento por el propio Congreso Local?
No es un asunto únicamente de federalismo. Dicho sea para la cerrazón panista. Así como no se trata de una aplicación inequitativa de la Ley de Coordinación Fiscal. Es un tema de democracia que mandata la Constitución Política de los EUM y del reconocimiento de los derechos humanos, sociales y políticos, de los habitantes de la Ciudad de México.
Seguro que a ningún capitalino le parecerá que aún con los avances que plantea dicha reforma para el DF, siga todavía el ninguneo para el reconocimiento pleno de sus derechos. Pero la reforma es un importante avance. Es más, bueno sería que los panistas, así como los priistas que representan ambos la derecha en este país, se preguntaran cómo hacer para eliminar de raíz esos vicios del sistema político que lo corroen y dañan a la sociedad.
Nos referimos a la corrupción y a la impunidad. ¡Qué decir de la inseguridad, el flagelo para el país! ¿Y de los nexos de no pocos políticos y funcionarios públicos con el tema del crimen organizado? ¿Y los techos de endeudamiento en los estados a dónde va, o los propios fondos federales que muchas ocasiones desaparecen de las arcas estatales y aparecen luego en cuentas privadas de altos funcionarios? Alonso Lujambio, por cierto, habló de “transparencia y rendición de cuentas, como condiciones esenciales para la democracia”. No solo los panistas tienen la palabra. Los capitalinos sabremos defender lo propio.
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