Una más, que es menos, para Miguel Angel Mancera, jefe del gobierno de la ciudad de México. La contingencia ambiental por ozono es en buena parte otro reflejo del mal gobierno que encabeza hace más de tres años.
¿Por qué? Una mayoría de ciudadanos capitalinos, el motor de la ciudad pues, padecemos bajo el gobierno de Mancera los impactos de la delincuencia y el crimen organizado, del pésimo transporte urbano –ya encarecido, claro- de las elevadas tarifas por servicios –vaya usted a la Tesorería capitalina y verá lo que cobran por copias de documentación oficial- por el apetito voraz de exprimir a la ciudad con la instalación de parquímetros a diestra y siniestra, por el malhadado y recaudatorio dizque reglamento de tránsito que grava a los automovilistas y, peor aún, contribuye precisamente a disparar los niveles de ozono, entre otros contaminantes.
¿Por qué esto último? No se requiere ser un experto de la Comisión Ambiental Metropolitana (Came) para saber que los vehículos a menor velocidad contaminan más como consecuencia de una mayor carbonización en los motores de combustión interna. El fenómeno también tiene expresiones en condiciones de alta o baja velocidad en las autopistas. Si usted maneja a velocidades constantes tendrá un menor consumo de combustible, pero si lo hace a velocidades altas o de frenado constante y aceleración brusca, tendrá un mayor consumo, lo que está vinculado a un mayor volumen de emisiones potencialmente tóxicas.
Esto que es simple de entender fue obviado por el gobierno de la ciudad cuando en enero último puso en marcha un reglamento de tránsito que congestiona el tránsito y en consecuencia eleva las emisiones e indicadores contaminantes.
Mancera, claro, que quiere congraciarse con el poder, exculpó a la Suprema Corte de la Nación de que haya más vehículos circulando luego de que el máximo tribunal del país declarara ilegal el doble hoy no circula con base en el año del vehículo.
Añada a esta circunstancia de un mayor flujo automovilístico, a menor velocidad por el reglamento estrenado este año, la corrupción que sigue campeando en los verificentros capitalinos, otro filón del negocio de la ciudad, y verá lo que ocurre.
Hace 14 años que la ciudad de México, dicen los registros, estaba libre de una putrefacción por ozono. Pero a Mancera le bastaron unos meses para reimponerla.
Mancera está más ocupado y preocupado por cómo hacerle para competir por la presidencia del país. Son numerosas las pifias que lo acompañan en ese intento.
Añada al fenómeno de la contaminación el efecto del desorden urbano que es evidente y palmario, más la proliferación de construcciones mastodónticas en una ciudad, que ya rompió sus límites hace mucho tiempo, pero que paradójicamente por ello es ahora más codiciada, entre otros por el propio Mancera, que la quiere usar de trampolín, aún cuando sea en ruta hacia una piscina sin agua.
Algo tendrá que hacerse y rápido para neutralizar el peligro de colapso de la ciudad de México. Quiera Dios que Mancera se dé cuenta de lo peligroso que es jugar con veneno en una ciudad de al menos 20 millones de personas. (fin).
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