Abajo, en el sótano, más bien a ras del piso social se libra en forma cotidiana una confrontación de argumentos en torno a quién es peor, si el gobierno que encabeza Peña Nieto o el que abanderó Calderón Hinojosa.
El punto crítico de la confrontación de ideas, hechos y argumentos es que muchos mexicanos están ya evaluando si sería mejor, en las próximas elecciones presidenciales del 18, votar por Margarita Zavala, esposa de Calderón y una viva exponente del panismo más tradicional.
Entre los argumentos a favor que se escuchan figuran los que afirman que en el gobierno de Calderón no hubo devaluaciones monetarias, tampoco se concentró tanto la riqueza entre unos cuantos miembros del “grupo”, que mucha gente pudo adquirir una vivienda aun cuando haya sido de interés social, que los sueldos no perdieron tanto poder adquisitivo y que, en pocas palabras, hubo estabilidad macroeconómica.
De igual forma se argumenta que durante el gobierno de Calderón no surgieron tantos escándalos de corrupción o de eso que eufemísticamente llaman conflictos de interés como fueron encubiertos los casos de las casas que ambicionaron y se adjudicaron por vías no del todo sanctas los hombres en el poder , empezando por el propio Peña, su familia, siguiendo por el titular de Hacienda, Luis Videgaray , lo mismo que su colega de Gobernación, Osorio Chong.
Otro señalamiento apunta hacia la reforma energética. Al menos, dicen, Calderón no privatizó el petróleo mexicano ni abrió las puertas para los negocios en el sector en beneficio de los vivales de siempre y en particular de los “enchufados” al poder como es el caso del secretario de Energía y ex gobernador quintanarroense, Pedro Joaquín Coldwell, quien bien se sabe tiene intereses particulares en el sector energético nacional.
Refieren igualmente los casos de corrupción detonados por los vínculos entre funcionarios del gobierno y la empresa OHL, una cloaca de fondo.
En pocas palabras la gente mira el estado tristísimo del país en el espejo de Calderón, algo que resulta inevitable y que hace que en cierta forma se reanimen los pésimos recuerdos del priismo más rancio, desterrado en 2000, pero revivido en 2012 ante el hartazgo social que engendraron más de 70 años de todo tipo de tropelías, que ahora reviven a la luz del pésimo desempeño del gobierno de Peña.
En lo que la mayoría de los argumentos coincide es que en este y el anterior gobierno, el crimen sigue haciendo de las suyas, aun cuando la instrucción de Peña haya sido retirar el tema de la agenda nacional hasta donde fuera posible.
Calderón lanzó una guerra contra el crimen a tontas y locas en forma tal que derivó en la muerte de más de 100 mil mexicanos, entre delincuentes y las llamadas, también eufemísticamente, “víctimas colaterales”. Se añaden los miles de desaparecidos durante el sexenio calderonista.
Calderón, al igual que Fox su antecesor, pactaron con el priismo más rancio y dejaron que figuras como la hoy encarcelada Elba Esther Gordillo Morales, se hiciera de cargos públicos en la Lotería Nacional, el Issste y la Sep, como parte del botín de guerra de la época.
Calderón se congració además con las fuerzas armadas mexicanas, a las que dio todo tipo de ventajas y aún canonjías a fin de garantizar su acompañamiento en la sangrienta y brutal guerra al crimen, que se articuló sin ton ni son, bajo un sistema judicial corrupto y decadente y un sistema penitenciario que se mantiene podrido hasta la médula porque de esa forma se asegura una industria de elevada rentabilidad.
Calderón también tuvo la pésima idea de abarrotar los ya de por sí saturados hospitales públicos del país para justificar su demagogia del seguro popular, un esquema insostenible y que Peña insiste en mantener y aún extender. El efecto de esta demagogia irresponsable es lo que cualquier derechohabiente del IMSSS o del ISSSTE, entre otros sistemas, sabe y enfrenta cuando requiere atención médica.
Lo que aparece en el fondo del debate sobre una y otra calidad de los gobiernos de los últimos nueve años es que tan malo es el blanco como el colorado y eso es lo peor que le ha podido ocurrir al país, atrapado en la mediocridad política más absoluta que haya padecido país alguno. Y de ribete no se ve luz en el horizonte ni en ninguna de las carpas políticas. Así que seguiré diciendo que el problema número uno de México es político, seguido por el problema número dos, que es político y por el tres, que también es político.
Allá usted si cree que Zavala sería mejor. Ajá. (fin)
This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.