No es fácil convivir con los genios. Y no hablo de compartir el día a día -la regadera, el comedor o las llaves que abren la puerta-, sino de esa convivencia que se experimenta a la distancia, donde uno, bien lejos del de mente brillante, no tiene más que enterarse de cada uno de sus movimientos para enjuiciarlos con tranquilidad, como si haberlos llevado a cabo hubiese sido tan simple como anudarse las agujetas.
Ahondo al respecto. Hablando de música pop, ¿cómo se vive la evolución de las figuras públicas desde la perspectiva del escucha común, tan vulnerable y a la vez infranqueable como verdugo? Es decir, ¿estamos siempre listos para recibir como se debe a los visionarios sonoros, a los genios de la creación musical?
Por ejemplo, quienes tuvieron la fortuna de presenciar la carrera de The Beatles a lo largo de los años sesenta, ¿cómo tomaron el cambio que los de Liverpool vivieron al pasar de un álbum como Help! a otro como Rubbersoul -ambos tan distintos entre sí, prueba de la evolución despiadada que el combo presentaba disco tras disco- en un tramo tan diminuto de tiempo? ¿Y qué hay de los que atestiguaron cómo Michael Jackson abría los mares con Thriller como espada en los ochenta; o de quienes se conformaron con aplaudir por las calles, anclados a su discman, el modo en que REM se cuarteó el cráneo confeccionando el Automaticforthepeople en los noventa? Es decir, todos estos receptores, partiendo de la hipótesis de que se trataba de melómanos consumados, ¿estuvieron a la altura de la extraordinaria música que se les presentaba y celebraron la dicha de formar parte de la primera camada de sujetos que degustaron aquellas revolucionarias partituras; o, en carril contrario, enjuiciaron dichos esos sonidos que simbolizaban ruptura para tacharlos de incongruentes, incomprensibles o pretensiosos?
Me pregunto esto al analizar un fenómeno como el que significa Radiohead, quienes recientemente pusieron bajo los reflectores su más reciente álbum, A moonshaped pool. Desde los años noventa del siglo pasado, el quinteto de Oxford ha mostrado una capacidad admirable para confeccionar discos que ha mostrado perfiles que van de lo genial a lo visionario, y su más reciente álbum no ha hecho más que confirmar que sus creadores poseen ese toque que sólo los más avezados poseen. Y aquí estamos, desayunando con el disco de marras, conviviendo con sus autores en el teléfono celular, en los canales de video y en blogs; gozando la experiencia de compartir época con una banda que han mostrado un compromiso artístico que pocas veces se ve.
Hablaba renglones arriba de MichaelJackson, REM y The Beatles. Radiohead bien podría estar en la misma repisa que esos artistas, pero el hecho de que hoy día compartamos calendario con el grupo y testifiquemos sus movimientos en tiempo real quizá no nos permita aquilatar con certeza la calidad de la obra que los ingleses le ha heredado a la humanidad. Porque no es fácil convivir con genios mejor no juzguemos su trabajo con la altivez de quien compara hacer discos -colecciones de canciones de alto calibre- con algo tan simple como hacerle un moño a las agujetas.