Salvo excepciones y ni siquiera honrosas son los mismos de hace décadas, pero lo peor es que no cambian sus prácticas habituales y el hecho de que los conozcamos tampoco significa una ventaja. Son políticos que cansan porque dicen una cosa y hacen muchas otras, pero cada vez peores.
De hecho, los mexicanos, al menos la mayoría, sabemos de sobra que nos mienten y que casi siempre sólo buscan al ciudadano cuando tratan de alcanzar un nuevo cargo. Entonces si coquetean, se placean, se acercan al pueblo, hacen alarde de sencillez, cargan niños y se dejan incluso tocar. Son los baños de pueblo al que se someten no porque formen parte de él, sino porque están buscando algo de él
Después si te vi ni me acuerdo. La distancia se hace enorme e insalvable. Una vez con el cargo en su bolsillo, olvidan todo lo que dijeron en su travesía popular y retornan a su vida palaciega, excesivamente cara, un estilo de vida propio casi siempre de los de arriba. Lo grave es que se deben a los de abajo, pero se les olvida.
Por ejemplo, recién hice un intento de contactar a legisladores del estado de Hidalgo a través de sus correos electrónicos. En la lista incluí a prácticamente todos los dizque representantes populares hidalguenses en el congreso federal. Tengo la lista de todos y cada uno de ellos. ¿Sabe qué ocurrió? Nada, absolutamente nada. Esperé uno, dos, tres y muchos más días, por una respuesta, al menos una. En algunos casos llamé por teléfono y ¿sabe qué pasó? Nada, absolutamente nada. Imposible contactar a uno solo de estos patriarcas –el género no importa- que se ostentan como “representantes del pueblo” y cobran como tal cantidades pingües.
Así es cómo actúan y no me extraña. Están ocupados en sus negocios, en sus grillas, en los asuntos que les dejan dividendos, no en aquellos que prometieron resolver una y otra vez, sin cansancio ni tregua sólo antes de acceder a sus cargos. ¿Serán quienes cambien el sistema? ¿Para qué? Para ellos no está roto.
Por ello he apuntado más de una vez que los mexicanos debemos conocer a los aspirantes y suspirantes de cargos populares. No sabremos más de ellos hasta luego que dejen sus encargos y ello sólo como consecuencia casi siempre de la pésima gestión que acometieron o de que se les señalará como personas sospechosas de corrupción. Así son ellos.
El otro punto es que si usted echa una mirada al mundillo de los prohombres de la política, comprobará que prácticamente son los mismos de hace décadas. Allí están los mismos apellidos de una, dos o más generaciones. Sobra referirlos. Los conoce usted. Y siguen allí. Diciendo cosas, pero haciendo otras, mucho peores. Todo en nombre de México, los desposeídos, la democracia y el progreso nacional. Ajá.
Y lo peor ¿sabe usted? Es que ahora percibo algo mucho más grave. Cuando ve casos como los de los gobernadores de Veracruz, Chihuahua, Oaxaca y otros más, queda la sensación de que la criminalidad si paga en el mundo de la política, al grado casi de que se torna en un requisito.
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