Tal como Donald Trump, quien gobierna con chispazos y negando realidades como es la existencia del cambio climático y sus consecuencias, nos enfrentamos a una falta de responsabilidad climática –que no es nueva- y que nos está pasando la factura a todos. No
sólo me estoy refiriendo a que durante todos los días del año no hemos dejado de tener altos niveles de contaminación en la Ciudad de México, no sólo hablo de los climas “atípicos” vividos en todo el país, no sólo a estas temperaturas extremas, al deshielo de los polos, a la muerte y extinción de muchas especies, al daño de nuestro bosques y mares. Estas son las consecuencias de no haber puesto atención antes, con medidas establecidas por los responsables y que no han estado a la altura del problema.
Basta salir a la calle, un día cualquiera y constatar el número de autos con una sola persona a bordo, donde el razonamiento común frente a los problemas ambientales se resume en pensar que es problema del otro, el de enfrente, pero no mío. La información que se tiene sobre los efectos ante el cambio climático es básica o nula, a veces cosa de unos cuantos expertos. Falta labor por parte de los responsables de la implementación de políticas ambientales, falta información por parte de los medios de comunicación para hacer un gran llamado, falta conciencia ambiental, una gran cruzada para reconocer que en esto estamos todos y todas, que caemos en un ciclo permanente de daño ambiental, porque, por ejemplo, los aumentos en la temperatura incrementa el uso de aires acondicionados, de ventiladores, es decir, lo mitigamos gastando más energía.
Las propuestas de nuevos medios de transporte en las grandes ciudades es apenas un buen deseo, muy poco incentivado, porque si bien un gobierno puede romperse la garganta promoviendo el uso de bicicletas no hay acuerdos, no hay programas que desde las oficinas públicas y privadas cierren este ciclo de incentivos, es decir, le den condiciones al trabajador o empleado para que pueda viajar en bicicleta. Por dar un ejemplo.
Nuestros medios de transporte públicos terminan por sumarle a esta incapacidad para hacer uso alternativo de otros formas de traslado, no hay eficiencia ni eficacia en su uso, no hay sensibilidad por parte de las autoridades, quizá porque no son ellos los que deben de pasar hasta 5 horas diarias en el transporte público para ir a su lugar de trabajo o escuela, porque está faltando voltear a ver esos rostros llenos de algo más que hartazgo cotidiano en lo que se están convirtiendo los ciudadanos de las grandes urbes, porque estamos pensando que las contingencias ambientales, los climas extremos, las lluvias ácidas son sólo efectos pasajeros mientras seguimos discutiendo finales de fútbol.
Eduardo López Farías
Doctor en Administración Pública
Tuiter: @efarias06