Vivimos tan egoístamente abstraídos en nosotros mismos que no nos importan las personas que nos rodean, simple y sencillamente nos creemos lo más importante de la vida,
sin darnos cuenta que hay personas a nuestro alrededor que nos necesitan y que podemos darles un poquito de felicidad si quisiéramos.
Y no me refiero a nuestras familias, ya que, dentro de todo nuestro egoísmo, tenemos un espacio para ellos, de la misma forma narcisista con la que actuamos, creemos que nuestros familiares también merecen un poco de lo bueno de la vida.
No nos cuesta nada ser amables, con las personas con las que tratamos, saludar cortésmente a la gente con la que tratamos, dar gracias, no sólo a la vida, sino al nuevo día que estamos comenzando, agradecer al ser supremo en el que creamos porque en medio de todo este caos que estamos viviendo, seguimos vivos y con salud, lo mismo que nuestros seres queridos.
Una sonrisa siempre gana una sonrisa y un gesto malhumorado, no sólo crea rechazo sino que además aleja a las personas de nosotros, pensemos que en que no somos lo más grande de la creación, sino simple y sencillamente una parte de ella, una parte que desea integrarse, que desea convivir, que desea rodearse de buenas vibraciones y mejores bendiciones.
Y para comenzar la semana les contaré una historia que alguna vez leí:
Había una vez dos hombres, Luis y Marcos, los dos con enfermedades muy graves, instalados en la misma pequeña habitación de un gran hospital.
Pese a ser una habitación minúscula, tenía una ventana que miraba al mundo.
A Luis, como parte de su tratamiento, se le permitía sentarse en la cama durante una hora por la tarde (algo relacionado con la extracción de líquido de sus pulmones). Su cama estaba junto a la ventana. Pero Marcos debía pasar todo el tiempo acostado boca a arriba.
Todas las tardes, cuando Luis estaba al lado de la ventana, pasaba el tiempo describiendo para Marcos, lo que veía afuera con toda precisión, mientras Marcos cerraba los ojos e imaginaba.
Al parecer, la ventana daba a un gran parque en el que había un hermoso lago.
Con su voz suave, firme y acariciadora, Luis narraba con precisión lo que podía ver a través de aquella pequeña ventana y decía: Qué en el lago, había patos y cisnes multicolores, que los niños se acercaban a la orilla para arrojarles pan y hacer navegar sus barquitos.
Los enamorados caminaban tomados de la mano junto a los árboles y había flores y canteros de césped y juegos, padres que esperaban a sus hijos regresar del lado, sentados en el césped.
Y al fondo, detrás de la hilera de majestuosos y florecientes árboles, se veía un espléndido panorama de la ciudad recortada contra el cielo, proyectando una imagen asombrosa.
Marcos, acostado, con los ojos cerrados, escuchaba las descripciones que le hacía Luis, disfrutando cada minuto, proyectando en su mente cada instante de aquellos sucesos del día a día.
Oía que un chico casi se había caído al lago por estar jugueteando muy en la orilla, y que qué lindas estaban las muchachas con sus juveniles vestidos de verano. Las detalladas descripciones de Luis en definitiva le hacían sentir que prácticamente podía ver lo que pasaba afuera.
Una tarde muy agradable, se le ocurrió:
¿Por qué Luis debía tener todo el placer de ver lo qué pasaba a través de la ventana? ¿Por qué no iba a tener él la oportunidad de hacerlo y disfrutar de aquellas maravillosas escenas?
Se sintió avergonzado, pero cuanto más trataba de no pensar así, más quería el cambio.
¡Haría cualquier cosa por conseguirlo! Una noche, mientras miraba el techo, Luis se despertó de repente con tos y ahogos, y trató desesperadamente de alcanzar el botón para llamar a la enfermera.
Marcos hubiera podido hacerlo por él y de esa forma llamar a la enfermera para que lo auxiliara, pero lo observó sin moverse, incluso cuando el sonido de la respiración se detuvo.
A la mañana, la enfermera encontró a Luis muerto y en silencio se llevaron su cadáver.
Cuando lo consideró oportuno, Marcos preguntó si no podían cambiarlo a la cama que estaba al lado de la ventana. Lo trasladaron, lo instalaron y lo pusieron cómodo.
En cuanto se hubieron ido, con dificultad y laboriosamente se incorporó y se asomó por la ventana, temblaba nervioso y ansioso por contemplar todo aquello que había anhelado.
Pero enfrente sólo había una pared blanca.
La muerte de Luis había sido inútil, y todo un castigo para Marcos ya que ahora no contaría con un "compañero de cuarto" que le describiera aquellas maravillas, ahora ya no habría una persona que lo haría soportar su enfermedad de la mejor manera.
Y así es la vida, cuando se da sin esperar, muchas veces recibimos traiciones y engaños, pero la gran mayoría de las veces, somos correspondidos, con cariño y entusiasmo.
No importa cuantas veces te tropieces y caigas, sigue siendo tú, porque "somos lo que hacemos" y eso nadie nos lo puede quitar, eso forma parte de nosotros, eso camina a nuestro lado guiándonos por el mejor camino, eso es algo que muchos envidian, pero que pocos poseen.