Mamá… sé que no pude despedirme de ti, como yo lo hubiera querido, como muchos y muchas personas también hubieran dado lo que les pidieran para tener cinco minutos para despedirse de sus madres, antes de que la implacable muerte se presentara para cobrarle factura a la vida.
Lamentablemente así es esto, la vida tiene una posible fecha de acontecimiento, pero la muerte, la muerte marca sus propios tiempos, sus propios horarios, sus propias agendas.
Más, ¿te digo una cosa? No me importa, la verdad es que no me importa no haberte dado el último adiós, porque no lo hubiéramos podido soportar, ni tú, por el gran amor que siempre le tuviste a la familia y mucho menos yo, que me enseñaste a ser sensible, a ser romántico, a ser soñador, a plasmar con letras mis sentimientos, a volar por el mundo de la imaginación.
No me importa no haberme despedido de ti, porque aún vives en mi corazón y de ahí, sólo mi muerte podrá arrancarte, siempre te he llevado en un lugar muy especial de mis sentimientos, de mi cariño, de mi amor y eso no hizo falta hablarlo, te lo demostré, te lo brindé, te lo otorgué.
No te dije adiós, cuídate, que mis bendiciones te acompañen, pero es que aún no nos hemos despedido, aún te sueño por las noches, aún escucho tus palabras a cada momento.
Tus consejos son parte de mi vida diaria, tus regaños me hacen pensar dos veces las cosas que voy a hacer, tus enseñanzas fueron, son y serán parte de mi existencia, parte de lo que hago y de lo que le muestro al mundo, porque no sólo nací de ti, sino que siempre fui parte de tu ser.
Estoy convencido que fue tu amor el que me puso a salvo en tantas situaciones peligrosas que he enfrentado a lo largo de mi trayectoria, primero en mis años escolares, posteriormente en mi carrera profesional, sentimental y familiar.
Fueron tu cariño y tus bendiciones las que me protegieron más allá de lo que mi pobre mente puede imaginar, y ya ni que hablar de tus caricias, de tus besos, incluso de tus golpes cuando tratabas de “educarme”, de llevarme por el buen camino, de hacerme una persona de provecho.
No sabes cuantas veces te recordé, te recuerdo y te recordaré cada vez que habló de las tareas que realizo, siempre mencionándote con orgullo, con cariño, con amor, porque fue lo que me enseñaste y fue lo que me brindaste todos esos años que te tuve a mi lado.
Siempre que nos despedíamos lo hacíamos con amor, porque tú y yo estábamos conscientes que esa podía ser nuestra última despedida, nuestro último beso, nuestro último abrazo, a todos les decías que no te desvelabas esperando mi regreso ya que si algo “malo” pasaba te iban a avisar, y si no, ¿para qué te desvelabas mientras yo estaba trabajando o divirtiéndome? Una manera muy realista de ver la vida, como siempre nos la enseñaste a todos tus hijos.
Con que gusto me recibías cuando regresaba de alguna gira de campaña, o cuando realizaba algún viaje para tener una entrevista o una nota exclusiva, se te iluminaban tus hermosos ojos cuando me veías entrar a tu casa y cuando besaba tu frente, o tu mejilla, sentía que suspirabas aliviada de tenerme de nuevo frente a ti, sano y salvo.
Y para disimular tu emoción, me preguntabas sobre qué te había llevado, te gustaba que te llevara dulces o panes de los lugares en los que hubiera estado, te encantaba disfrutarlos a lo largo de los días sabiendo que los había comprado con el fruto de mi trabajo, como me lo inculcaste.
Nadie podrá quitarme el recuerdo de nuestras “largas y agotadoras” caminatas, tú tomada de mi brazo y yo sirviéndote de apoyo para ir al pasito, porque tus rodillas y tus piernas ya no eran lo suficientemente fuertes para permitirte un más rápido y mejor desplazamiento.
No obstante, disfruté todas y cada una de ellas ya que nos permitía charlar, comentar, hacer bromas, como cuando yo era pequeño y me guiabas por la vida, cuando me llevabas contigo a realizar tal o cual compra y me hacías caminar a tu paso.
Y mucho menos podré olvidar que esas mismas piernas, cansadas por el paso del tiempo, fueron las que me enseñaron a bailar, cuando después de escuchar tríos y boleros se te ocurría poner alguna melodía tropical y entonces me enseñabas el movimiento del baile, la forma correcta de hacerlo.
Y te aseguro que aún llevo en mi memoria aquellas serenatas que te ofrendé en días como este, cuando recién comenzaba a aprender los acordes de la guitarra y con mi voz destemplada, desafinada y descuadrada, casi gritaba una de tus melodías favoritas para homenajearte, para decirte con mis “cantos”, todo el amor que desde niño te he tenido.
Aunque no lo creas, también guardo en mi mente aquellos regaños, aquellas pláticas en las que me orientabas sobre la vida, en la que me hablabas de tus tiempos de juventud, la música que bailaste, las canciones que cantabas, los recuerdos de mi abuelo y de mi abuela, tus días de niña, de jovencita, de hermana, no había un lugar escogido para hacerlo, en cualquier sitio era bueno, pero bebiendo café, negro, fuerte y caliente, como te gustaba
No te voy a decir que fue el peor día de mi vida, como lo dice la mayoría, el día que me avisaron que habías muerto, me enteré hasta dos horas después ya que la noche anterior había estado estudiando y me había desvelado, eso sí, salí de mi casa en cuanto me enteré, caminé hasta tu casa dando gracias de que tu sufrimiento y tu pesar, habían terminado, que moriste como las grandes, de un paro cardiaco mientras dormías, llegué a tu casa y ya te preparaban para llevarte al velatorio.
Recuerdo que por unos minutos me quedé viéndote, grabando en mi mente cada parte de ese rostro tan venerado por mí, ese rostro que ahora presentaba arrugas por los años vividos, tu cabello que ya pintaba canas y tu gesto, tranquilo, sereno, como si durmieras.
Hasta en ese momento mostraste tu entereza, hasta en ese momento mantuviste tu carácter, después de verte, me acerqué a ti, como si regresara de un viaje, o de algún trabajo, te abracé y te besé en la frente, besé tu mejilla y te dije: “Adiós, cuídate y que estés en un lugar mucho mejor”.
Los camilleros que te conducirían me preguntaron si quería quedarme unos minutos a solas contigo, yo les dije que no era necesario, mi amor por ti podía exhibirlo libremente, como siempre lo hice, como siempre lo hiciste tú también.
Muchas veces platicamos sobre el momento de la muerte y aunque no compartíamos nuestros puntos de vista, ambos sabíamos que la muerte siempre anda rondando, acechando, esperando el momento de tomar la vida de alguien a quién ya se le terminó el tiempo.
Así que no nos despedimos por última vez, porque ni tú ni yo sabíamos cual sería esa última vez, pero nos despedimos muchas veces, con amor, con risas, con ternura y te aseguro que tu partida fue para mí como una de esas despedidas.
Hoy, deberíamos festejarte el que oficialmente es tu día, deberíamos estar a tu lado como muchas otras veces, el problema es que ya no estás físicamente y ahora el trabajo va a ser para ti, tendrás que dividirte para estar con todos y cada uno de tus hijos que te recordamos con cariño.
Hoy, tú serás la que estés a nuestro lado y aunque no te podremos ver, estoy seguro que todos te sentiremos como parte de nosotros, porque lo que bien se ama, no se va jamás.
¡Te amo… mamá…!