Los destapes

LIC. MARIO DELGADO,

PRESIDENTE DE MORENA:

+La victoria siempre es para quien jamás tiene dudas

Aníbal

Después del derrumbe de la Línea 12, la afectación a Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum era palpable, por lo que Andrés Manuel López Obrador se dedicó al control de daños estando a unas semanas de las elecciones intermedias. Minimizó el hecho (“estas cosas pasan”) y ratificó las posibilidades de los interfectos para contender por la candidatura presidencial.

Aun cuando AMLO ha dado muestras de que Sheinbaum es su favorita, mi hipótesis es que pretende salvar a dos delfines, primero, para contener los golpes a Claudia; segundo, para contar con un repuesto por cualquier situación inesperada, desde una enfermedad, un fracaso en la gestión o un cambio en el entorno político, económico y social.

Con su habitual astucia, el presidente incluyó a otros suspirantes; de todos —con todo respeto—, solo Ricardo Monreal puede estar verdaderamente en la jugada.

Por ahora, don Mario, no se ve ningún aspirante del lado de la oposición ni si PAN, PRI y PRD permanecerán aliados. Eso no quiere decir que no se estén construyendo candidaturas, pero se conocerán en el momento tradicional.

Para el común de los ciudadanos es difícil decidir nuestro voto. Al final del día, estamos “contratando” a alguien que poco conocemos y al cual le confiamos nuestro futuro.

Desde luego, estos tres precandidatos tienen preparación, inteligencia y experiencia. Pero habrá que ver otros atributos para dilucidar quién es el mejor en MORENA.

Primero que nada, la visión del candidato finalista sobre el papel de México en un mundo inevitablemente globalizado; el nacionalismo a ultranza es aldeanismo, esto es, que tenga claridad sobre nuestras fortalezas y debilidades para jugarlas de la mejor manera en el interior y el exterior.

Segundo. El temple es fundamental, pues implica la serenidad de juicio para enfrentar una adversidad y actuar sopesando todos los riesgos y alternativas de solución. Una personalidad que sea de arranques solo genera desorden.

Tercero. Del otro lado del temple va la empatía, pero no solo con un segmento de la población, sino con todos. De poco les sirve a las feministas que un presidente sea empático con los pobres si no comprende también a las mujeres.

Cuarto. En cuanto a la estatura política, ésta se proyecta en el liderazgo de masas, pero sobre todo en la conducción. Ello supone escuchar a sus colaboradores, nuevamente sopesar las alternativas y una vez tomada la decisión —colegiada, de preferencia—, marcar la ruta. Improvisar ante los problemas resulta en ocurrencias que llevan al caos -ahí está el INSABI, el cual todavía no cuenta con reglas de operación-, o la escasez de medicinas por no tener previamente con un plan sustituto de compras.

Quinto. El carisma no es algo que me interese mucho, aunque durante las campañas es lo que más vende, sobre todo cuando un candidato avasalla a sus adversarios. No es indispensable para gobernar; dos de los presidentes menos carismáticos  —Miguel de la Madrid y Ernesto Zedillo— fueron muy eficientes, máxime que recibieron el país en crisis. Ambos lo supieron conducir racionalmente.

Sexto. El realismo es otro atributo relevante. Podemos escuchar en campaña que México va a tener los servicios de salud de Dinamarca y por mucho que nos guste, no es real. El proyecto de Nación ha de tener los pies en la tierra para poder despegar hacia objetivos posibles de alcanzar, si la conducción está acompañada de los atributos antes mencionados.

Séptimo. La honestidad personal, de la familia cercana y del equipo de trabajo, es primordial.

Punto.

Una acotación: si usted y los precandidatos creen que AMLO está soltando el poder anticipadamente, mejor esperen sentados…

Investigación: Upa Ruiz  This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.

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