“Construir es un acto de esfuerzo, destruir es un esfuerzo estúpido.” Los procesos de participación ciudadana son uno de los elementos innovadores de la democracia en los últimos treinta años en México. Es quizá, uno de los ejercicios que más han marcado los beneficios de la transición democrática de nuestra sociedad.
Soy un apasionado observador de la vida política de mi país desde 1978, cuando una tarde de otoño, fuimos sorprendidos, mi abuela y yo, por una columna de vehículos policiacos, granaderos y de la DIPD, organización de investigación policiaca. Además cientos de elementos de la Dirección General de Policía y Tránsito del Departamento del Distrito Federal.
Lo que no sabíamos es que una marcha venía desarrollándose, a los pocos minutos, el contingente, estaba entrando al Zócalo de la Plaza de la Constitución, eran jóvenes estudiantes, militantes del Partido Comunista Mexicano y afiliados a sindicatos independientes. El ambiente se puso tenso, las consignas era para exigir la liberación a los presos políticos, sindicalistas y campesinos. Ahí escuché por primera vez esa consigna que jamás olvidaré “2 de octubre No se Olvida”.
Algunos jóvenes corrían hacia el edificio del Departamento del Distrito Federal y hacia Palacio Nacional, metían su mano en sus morrales, sacaban un fajo de volantes y los lanzaban al aire para de inmediato correr de nuevo al contingente y sentirse protegidos. Era curioso ver como los policías vestidos de civil, los agentes de la DIPD y la DFS, corrían para levantar del piso la mayor cantidad de volantes y evitar que los curiosos que estábamos de pie en esas banquetas, leyeramos su contenido.
Desde entonces todo movimiento social, político, electoral ha sido de un gran interés para mi. Durante cuarenta años he asistido a marchas, mítines, movilizaciones por diversas causas, desde firmar cartas para que liberaran a Nelson Mandela, manifestarse frente a la embajada norteamericana para que sacarán sus manos de Nicaragua, hasta las últimas movilizaciones contra la violencia a la mujer.
Todo esto viene a cuento porque el domingo pasado tomé mi banco de plástico, mi sombrero de paja y me posé frente a la mesa receptora de opiniones de la consulta popular. Vi todo el proceso de “movilizacion” de los adultos mayores, el trabajo indiscreto de los servidores de la nación, el desinterés de cientos de personas que pasaron con gran indiferencia y sus ojos ni siquiera volteaban hacia la mesa.
Ya en la casa, viví las noticias del desastre para Morena y su Gobierno por los números obtenidos. El 7% de 93 millones de electores no me parece que sea una cifra que llene de optimismo y tranquilidad a un grupo de políticos, líderes o de plano burócratas.
El fracaso del 1° de agosto es la consecuencia de una política errática, de decisiones tomadas por impulsos y no por mediciones, de una arrogancia palaciega que ciega al inquilino del National Palace y no lo deja esclarecer sus pensamientos, mucho menos tomar decisiones sensatas.
Es hubris, un mal genético que padece toda la clase y élite política en cualquier Partido Político, lo padecieron los panistas y perdieron el poder, lo sufrieron los priístas y perdieron el poder, ahora los morenistas muestran claros síntomas y, de seguir así, también van a perder en el 2022.
Andrés Manuel no tiene freno, pierde en junio la mayoría de la Cámara de Diputados y reta a sus opositores a que le ganen con el NO de la consulta. 93% de los ciudadanos ignoran la convocatoria del Presidente y ahora vuelve a retar a sus adversarios políticos para que le ganen en el proceso de marzo del próximo año. Lo que no entienden los hombres del poder es que no son el PAN y mucho menos el PRI, no son los medios ni los conservadores. Es el pueblo que está harto de tanta mediocridad. Que darían los políticos por tener una fuerza social que ignore al Gobierno como el domingo pasado.
Mientras la pandemia siga por esa ruta de yerros, la economía caiga, el desempleo crezca, los sueldos sigan siendo de miseria y la delincuencia organizada continúe cogobernando, los procesos para López Obrador serán de resultados adversos. Pero si esto no fuera suficiente, la verdadera debilidad del Gobierno y su movimiento, es que todos saben, ahora, cuál es su verdadera fuerza electoral, capacidad de movilización por Estado, distrito y sección electoral; los mitos y secretos de la fuerza social han desaparecido. Hoy todo está expuesto, y ellos mismos, por su frivolidad, se desnudaron.
Mientras llegan los días de marzo, por mientras el joven Epigmenio Ibarra convoca a la creación de un tribunal popular. El “Dantón” mexicano no quiere justicia, implora venganza, persecución, exilio, sangre, sangre, sangre en cada atardecer para que la esperanza cuatroteologísta se pueda renovar en los amaneceres.
Ahora viene la revocación, qué mejor y fuera de todo el Gobierno y sus aduladores, pero todo parece indicar que sólo será de AMLO.
Desde algún lugar de la CDMX, 5 de agosto del 2021.