Era el 20 de noviembre de a las 19:00 horas. Cientos de miles de luces iluminaron por más de 3 horas la ruta comprendida del Ángel de la Independencia hasta la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, donde ondea en todo su esplendor la monumental bandera nacional. El grito de “vivos se los llevaron, vivos los queremos” y el sonido contundente con el conteo del uno al 43, en honor a los desaparecidos de Ayotzinapa, retumbaban por las calles de la capital. La indignación: el común denominador de la mayoría de los asistentes. La paz: el anhelo de la mayoría de los asistentes. El clamor por la justicia, la presencia permanente.
El repudio social de los funestos sucesos de Iguala, se volvió el estandarte para encausar las exigencias, crecientes y permanentes, de la sociedad: ¡Ya basta de la injerencia del crimen organizado en el actuar gubernamental! ¡Ya basta de impunidad! ¡Ya basta de corrupción! Toda esta suma de agravios a la sociedad han causado una evidente crisis social en nuestro país, aunado a una economía detenida tanto por las nulas políticas de fomento, como por la incertidumbre que genera el país en los mercados internacionales y la aprobación de reformas impopulares que han cimbrado dogmas y tabúes que fueron mitos en los que, durante décadas, se fundó el estado mexicano.
Hoy la sociedad muestra hartazgo y desconfianza para con los políticos y las instituciones que dirigen. Ya no hay causas justas, sólo pretextos para la politiquería barata, la arenga, el arrebato y el aplauso fácil. La esperanza por el arribo de un “tlatoani” todo poderoso que, con su sapiencia y magnanimidad, habría de llevarnos al bienestar general, cual padre protector que con su manto habría de cobijar a todos sus hijos, sin importar lo que éstos hicieran o dejaren de hacer por su hogar, ha sido derrumbada. La promesa paternalista y protectora que nos prometieron tras la gesta revolucionaria de principios del siglo pasado, se derrumbó inevitablemente ante un mundo –y su dinamismo– que no perdona y una sociedad que, tras años de engaño, apatía y adoctrinamiento, hoy despierta en una realidad en la que sus sueños parecieran devastados por la ineficacia e ineficiencia de sus gobernantes.
Ante este panorama es necesario asumir responsabilidades para con el complejo social. Dejar de lado los egoísmos propios de un individualismo que aísla y que debilita a la sociedad y que abre paso al abuso de los factores reales de poder. La justicia es el principal reclamo, pero también el principal objetivo de una sociedad que despierta y reclama su legítimo derecho a participar en las decisiones de gobierno. Pero esto sólo podrá materializarse a través del compromiso individual por respetarnos los unos a los otros.
@AndresAguileraM